Pido disculpas por el tiempo que llevo sin escribir en la bitácora pero me ha sido realmente imposible. Entre los viajes por motivos de trabajo y el resto de mis ocupaciones el lapso que dedico a mantener este blog ha quedado pulverizado. No obstante como mi compromiso con él es decidido: aquí estoy de nuevo.
Afortunadamente los vuelos te permiten hacer algunas cosas, como ver películas, que lamentablemente en mi día a día no tengo mucha ocasión de hacer.
La verdad es que hubo dos que me gustaron, no tanto por su calidad cinematográfica, que ambas la tienen – aunque no seré tan pedante de creerme con capacidad de hacer un análisis técnico en la materia pues mi impericia quedaría notoria –, sino por lo que me hicieron reflexionar. Se trata de Crash de Paul Haggis (director y guionista) ganadora de tres Oscars (entre ellos el de mejor película) y de Apocalypto de Mel Gibson (director y guionista también). Una realizada desde una autoría progre y la otra por un retro. A pesar de ser una bisoñada diré que en las dos obras el ritmo narrativo es trepidante y la fotografía se ajusta perfectamente a lo que se pretende transmitir. Posiblemente la de Gibson tenga una impacto visual y una capacidad de transmitir lo que sienten los personajes, fundamentalmente el miedo, que yo calificaría - nunca mejor dicho - de salvaje. Este autor domina a la perfección la esencia genuina del cine que no es otra que el lenguaje visual.
Quiero advertir previamente que mis expectativas al sentarme a ver el siguiente largometraje de don Mel tras La Pasión de Cristo eran prácticamente imposibles de satisfacer. La Pasión es más que una mera película. Para mí, es el único filme de temática religiosa realizado con fe y no solo con sentimentalismo o admiración. Además, para mí, insisto, también es la única película, que recuerde, confeccionada bajo una visión católica y no protestante o judía que es lo que domina Hollywood y que por supuesto respeto, valoro y considero pero no me colma.
Voy al grano: Apocalypto nos muestra una sociedad precristiana y Crash otra postcristiana. En los dos casos existen muchos elementos comunes pero todos ellos tienen la misma causa: la ausencia de Cristo.
Al igual que hizo en La Pasión, Apocalypto comienza con una frase que sintetiza la moraleja de lo que vamos a presenciar. En aquella, con un texto procedente del cuarto canto del siervo de Yahveh de Isaías, nos advertía que toda la atroz tortura sobre un solo hombre, de la que íbamos a ser testigos durante la proyección, tenía como fin el curarnos a nosotros, los seres humanos, de los incontables males que hemos cometido en toda la historia. Que ese hombre iba a pagar injusta y gratuitamente la nota de cargo que nuestras culpas habían acumulado. Y como aquel hombre resulta que también es Dios nos aclaraba la causa de toda esta obra de salvación de la humanidad y que nos otra que el incondicional amor de Dios a todos nosotros. Por su parte, la película que nos ocupa comienza con una cita del historiador y filósofo norteamericano Will Durant: "Una civilización no es conquistada desde fuera hasta que se destruye ella misma desde dentro" que ilustra claramente lo que viene a continuación.
El director pretende transmitir sin rubor los evidentes beneficios y méritos de la egregia epopeya que supuso la evangelización española del Nuevo Mundo pero habida cuenta de la irrespirable atmósfera anticristiana que padecemos que tiene a la evangelización de América como una de sus principales fobias se niega a mostrar explícitamente su intención. Sería una tarea imposible, la prevención que tiene la masa, bien adoctrinada, frente a todo lo que represente un enaltecimiento de cualquier verdad que huela a tradicional -¡vamos, a católico! – parapetaría de plano el mensaje de la película. Entonces, en un alarde de ingenio prodigioso, le da la vuelta a la tortilla, y lo que muestra es el contraste, el negativo de lo que realmente quiere comunicar. Si no quieren ver la luz, sometámoslos a las tinieblas, para que de esta forma, anhelen lo que no tienen. Esto es exactamente lo que hace Gibson mostrar sin tapujos lo que era la vida antes de la evangelización (española, aunque esto es coyuntural, fue española). Por esta razón no hay violencia gratuita ya que esta, en la película, tiene un fin y cuanto mayor sea la crudeza – como ocurría con La Pasión – mayor es su eficacia, pues de lo que se trata es de mostrar, no de demostrar, y para eso hay que ver. Y lo que ostenta es la fealdad de la sociedad sin Cristo.
En Apocalypto, con una autenticidad histórica que va mucho más allá que los simples detalles, entramos en un mundo donde, tal y como ha ocurrido siempre, existen los poderosos y los débiles. Vemos que las personas en medio de la sombras de su ignorancia sustancial tratan de vivir moralmente en consonancia a los valores que la naturaleza y sus tradiciones les enseñan. Estos valores son fundamentalmente el amor a la vida, la familia y la tierra donde viven. Además se esfuerzan por encontrar, sin una luz clara que los guíe, el sentido trascendente de su historia a través de las fuerzas de la naturaleza, sus difuntos y sus dioses. Pero también se ve que esta búsqueda no tiene mucho éxito, dejando al hombre solo y abrumado al albur de sus limitadas potencialidades. Por otro lado, quedan patentes los frutos del pecado original, como en todas las épocas, en los odios, egoísmos, envidias, violencia y crueldad. Y cómo no, aparece la figura del poder en su concepto más esencial cuando un imperio, como el Maya, emerge con un dominio apabullante, tratando de sojuzgar a los más débiles para exhibir obscenamente su prepotencia de la forma que le es más característica: asesinando arbitrariamente como signo de ser el señor y dueño de la vidas de las personas; es decir, queriendo suplantar, con la maldad, al Creador.
Claro, mostrar esta realidad solivianta a toda esa patulea – muchos curas, no solo entre ellos sino en la primera fila – que abandera el indigenismo como una nueva cabeza de la hidra socialista con la intención de reproducir el esquema de la lucha de clases o lo que es lo mismo del odio en la sociedad, suplantando, en este caso, los capitalistas y los proletarios por los criollos y los indígenas. Para ellos es, por tanto, vital alimentar el mito de la felicidad y opulencia de aquellos imperios precolombinos. Reivindican sus costumbres y creencias como algo propio frente al cristianismo y a la cultura foránea. Ya saben que para algunos curas esto es algo bueno porque lo importante son los valores y todo ese nauseabundo rollo humanista. ¡Qué lejos de aquellos misioneros que con celo evangélico dieron su vida, en el sentido más literal, por llevar la salvación de la cruz de Cristo a esos hombres perdidos a los que amaban!
En efecto, cuando la verdad del misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo se levanta como un estandarte, su luz disipa todas esas sombras y los hombres encuentran una senda y los imperios inicuos caen abatidos. Porque todo ese tema del muticulturalismo y la inculturación en la evangelización es pura patraña. Es verdad que de todas las culturas se pueden extraer elementos positivos y como dice San Pablo no hay que despreciarlos pero el cristianismo lleva es sí una cultura y la conversión comporta, nos guste o no, el abandono taxativo de muchas costumbres por muy arraigadas y tradicionales que estas sean.
La Encarnación es un acontecimiento definitivo, impensable para el ser humano, ante el que no caben componendas pues es una envite dado por el mismo Dios que exige por tanto una respuesta. Si este misterio se cree no hace falta explicar mucho lo que he dicho. Por tanto bajo este tema ya no estamos hablando de valores evangélicos, ni de compromisos sociales, ni de mitos, ni de otras zarandajas sino de que el Único Dios se ha hecho hombre en un tiempo concreto, ha hablado, actuado y ha sido asesinado por nosotros y resucitado. Creer esto de verdad conlleva una respuesta vital y concreta.
Continuando, en la otra orilla de la historia, en los tiempos de plenitud, después de que Jesucristo haya llevado a cabo la primera parte de su obra que culminará en su segunda venida, transcurrido el periodo donde la humanidad, al menos la occidental, vivía bajo la cristiandad como consecuencia de siglos de intensa labor misional de la Iglesia, discurre la película Crash. De la América maya desconocedora del Evangelio a la América post-moderna y apostata. Mismo continente, misma situación. Bueno, matizo, la situación de ahora es peor porque no es fácilmente reversible, es la de un naufrago que tras ser rescatado decide voluntariamente lanzarse al mar porque le disgusta el barco que lo socorrió, ¿qué se podrá hacer para salvar su vida?, si la coyuntura actual no nos parece tan dramática como la de la América precolombina es tan solo porque no ha llegado al final de su recorrido.
La sociedad que aparece en Crash es la formada por individuos presos del miedo, donde cada uno es enemigo del prójimo, ahogados en el vacío existencial, hastiados de un sinsentido y un tedio vital. Eso sí protegidos por una serie de leyes políticamente correctas que no hacen sino acentuar las suspicacias y los recelos de unos contra otros. Presenciamos una muy progresista y multirracial sociedad, sueño de tantos sesudos intelectuales, donde no hay nada que les una, nada que les vertebre como comunidad, ni nada que les motive para hacer algo que llene. Tan solo existe la posibilidad de ganar dinero y de defenderse del vecino para sobrevivir. A esto se reduce la existencia a la supervivencia, como las ratas. La vida deja de ser un don precioso de Dios que Jesucristo ha rehecho para ser una condena donde hemos sido arrojados sin que nadie nos haya pedido permiso. La crueldad y el desamor es evidente y el deseo innato de amor hace que la frustración sea palmaria. También en esta, como ocurría en la otra película, los hombres caminan en la sombras ahogados por un imperio, aunque sea de leyes superdemocráticas, que los sojuzga en aras de la nada.
Viendo Crash siento que estos son solo los aullidos de un enfermo inicial cuya agonía puede ser proféticamente reflejada en Apocalypto. A eso vamos, a la vida salvaje, embarcados con esta sociedad apostata más que neo-pagana. Si tenemos en cuenta las reprimendas agoreras de los ecologistas hasta en la indumentaria se va a cumplir mi profecía.
Pero,…, como la historia la lleva Dios siempre hay otra posibilidad, desconocida, una puerta a la esperanza.
Prometo contribuir de nuevo con mayor asiduidad y con entradas un poco más cortas. Espero que mis queridos lectores me disculpen estos dos pecados cometidos.