viernes, 8 de junio de 2007

La parroquia roja y el falso teólogo

Me cansa hablar de la parroquia roja esa y me hastía sobremanera la grotesca bufa del dúo trágicómico compuesto por el histrión Bono y el concejal de nuevo cuño cuyo bagaje curricular (nunca mejor dicho) es tan breve que podría detallar en dos reglones pero que el pudor y el respeto a mis lectores me impide hacerlo. Así que de este tema: callaré.

Sin embargo, ver que el fraudulento teólogo brasileño Leonardo Boff visita esa iglesia para ahondar en sus últimas necias tesis expelidas tras el viaje del Papa a sus país, me anima a glosarlas concisamente.

Dice este impostor que hay dos modelos de catolicismo; a saber, el devocional y el compromiso ético. También loa la proeza de los apóstoles por abandonar el suelo cultural judío de Jesús para arriesgarse a asumir nuevas culturas.

Toda su argumentación es errónea porque el catolicismo, mejor dicho el cristianismo, nada tiene que ver con lo que dice. El cristianismo es el encuentro con una persona y de ese encuentro, como una consecuencia necesaria y poco dependiente de la buena voluntad del individuo, se deriva un cambio moral y, por tanto, un posicionamiento ético frente al prójimo y la sociedad. Esa persona es Jesucristo resucitado, el cual no es un conjunto de valores, ni un ideal, ni una concepción del mundo, ni siquiera una nueva forma de entender el compromiso ético social - ¡vaya chorradas que cavilan estos vagos profesionales! – sino que Él es una persona. Por tanto, si no hay un trato familiar con Él, no hay cristianismo. Y esa íntima relación se da en la oración, la Palabra y los sacramentos. Además esta persona tiene una cultura concreta porque es un hombre aunque también es Dios. Cristo, como hombre, era judío y no puede uno relacionarse, ni querer a alguien, sin conocerlo tal cual es. Asi pues, no solo no hay que desdeñar el suelo cultural judío para asumir nuevas culturas sino que, yo afirmo, que el cristianismo, si bien se puede alimentar de elementos buenos de otras culturas, trae la suya propia y que la conversión exije el cambio de muchas de las tradiciones sempiternas incluso el abandono completo de un acervo. Y, por cierto, esta cultura cristiana hunde sus raices en el suelo judío.

Concluyendo no hay tal dicotomía, ya que, siguiendo su terminología – que no me gusta porque es incompleta y simplista – ambos modelos están unidos y no se pueden separar. De la devoción o la piedad; es decir, de la amistad con Cristo, surge el compromiso ético y si este no aparece es que la primera condición fue ilusión quimérica. ¡Ah!, pero quiero aclarar, ese compromiso ético ni mucho menos se restringe al tema social y desde luego no te hace un rojillo cutre y progre – que es lo que este fracasado franciscano pretende – sino que este cambio moral comporta primordialmente el amor al prójimo (a los pobres y a los ricos, a los buenos y a los malos), respeto a la vida y alegría.

¡Cuánta humildad y amor a la Iglesia requiere un teólogo!. Virtudes de las que notoriamente carece este frustrado religioso. Más vale que reflexione, agache la cabeza y reconozca que su inteligencia le ha jugado una mala pasada ya que ha sido el humus donde ha germinado la soberbia.

Es tristísimo reducir el cristianismo a un sistema de valores. Salvando las distancias, sería como considerar que yo soy mi bitácora y, créanme, soy mucho más.

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