Me he decido a comentar este tema al ver que Fernando Savater - filósofo español de izquierdas - ha reformulado la famosa frase del credo marxista a la siguiente guisa: "La religión es la cocaína de la sociedad".
Cada vez estoy más convencido de que Marx tuvo un lapsus freudiano con su proverbial sentencia “la religión es el opio del pueblo”. No hay mejor forma de ocultar una evidencia que con una mentira muy grande. Porque la realidad es que el socialismo es el opio del pueblo.
Para empezar el socialismo propone la ilusoria promesa de un paraíso aquí en la tierra que nunca se ha dado y nunca se dará. Lo que sí ha traído, y en demasiadas ocasiones, ha sido violencia, desgracia, opresión, tiranía y sufrimiento. Al fin y a la postre la ideología de izquierdas acaba concretándose, como cualquier otra corriente, en un sistema social piramidal. Tan solo sustituyen la nomenclatura del escalafón y las componentes del poder, pero en el fondo, es lo mismo que cualquier otra sociedad. Y, ¿porqué?. Por dos razones: La primera: porque los hombres somos distintos en capacidades y condiciones por naturaleza y la segunda: porque existe el pecado original, por tanto, los seres humanos de nacimiento venimos con una tara que, inconsciente e ineluctablemente, nos empuja al egoísmo. Consecuentemente, el marxismo construye su edificio desde unos cimientos falsos porque sus presupuestos son contrarios a la naturaleza y a la esencia profunda del hombre.
Por si esto fuera poco, el método marxista cambia radicalmente el foco del problema primordial y lo traslada desde el corazón del hombre a la sociedad en su conjunto. De esta forma, en vez de dedicar nuestros esfuerzos en corregirnos a nosotros mismos, aunque es seguro que no lo vamos a lograr, pero al menos adquiriremos sabiduría y trataremos de buscar una ayuda exterior, nos dedicamos a cambiar a los demás. Yo siempre me pregunté cómo las estructurales sociales han llegado a ser injustas, porque si pensamos que los hombres por naturaleza no son malos - de hecho bueno y malo son categorías no admitidas para un coherente materialista marxista - cómo demonios llegan a serlo las estructuras sociales. Además es un hecho patente que no ha existido en ningún lugar ni en ningún tiempo una comunidad humana donde no se hayan cometido crímenes e injusticias. En consecuencia, para llevar a cabo la solución marxista, que implica cambiar a la otra clase, a la sociedad; en definitiva, a los demás, se necesita odio y violencia explícita o subrepticia. Mal arreglo es eso de sanar el odio con más odio.
Sobre esto de que el problema está en el interior de hombre y no en la sociedad o en los dirigentes o en los capitalistas, etc. me viene a la cabeza un ejemplo que me contaba mi padre: resulta que unos de los cabecillas sindicales de su empresa que reclamaba, asiduamente y con mucha beligerancia, la contratación de más personal, le tocó un buen día la lotería. Con el dinero montó un bar y cuando fueron mi padre y otros compañeros a visitarle se sorprendieron de que en ese negocio solo trabajaban él, su mujer y sus hijos. Entonces le preguntaron: «¿es que no tienes empleados?. ¡Empleados! – contestó él – ¡para que se lleven las ganancias!».
Ayer estuve viendo la genial - aunque de inicuo mensaje - película del director ruso Eisenstein "El acorazado Potemkin". Es fácil deducir de ella la propuesta bolchevique: atajar el odio con más odio y erradicar el cristianimo como si fuera el cómplice del mal social.
El odio y el mal se arreglan con el amor y eso implica que alguien pierda; y este siempre es el que ama, ya que se sacrifica. Sin embargo, el pecado original nos inhabilita para amar así, cuando nos enfrentamos a alguien que nos perjudica. En efecto, cuando tratamos de vencer el mal con el bien, en el fondo, siempre perdemos algo y eso no parece muy justo. ¿Solución?: Si alguien la quiere saber que lea Rom 7 14-25.
Cada vez estoy más convencido de que Marx tuvo un lapsus freudiano con su proverbial sentencia “la religión es el opio del pueblo”. No hay mejor forma de ocultar una evidencia que con una mentira muy grande. Porque la realidad es que el socialismo es el opio del pueblo.
Para empezar el socialismo propone la ilusoria promesa de un paraíso aquí en la tierra que nunca se ha dado y nunca se dará. Lo que sí ha traído, y en demasiadas ocasiones, ha sido violencia, desgracia, opresión, tiranía y sufrimiento. Al fin y a la postre la ideología de izquierdas acaba concretándose, como cualquier otra corriente, en un sistema social piramidal. Tan solo sustituyen la nomenclatura del escalafón y las componentes del poder, pero en el fondo, es lo mismo que cualquier otra sociedad. Y, ¿porqué?. Por dos razones: La primera: porque los hombres somos distintos en capacidades y condiciones por naturaleza y la segunda: porque existe el pecado original, por tanto, los seres humanos de nacimiento venimos con una tara que, inconsciente e ineluctablemente, nos empuja al egoísmo. Consecuentemente, el marxismo construye su edificio desde unos cimientos falsos porque sus presupuestos son contrarios a la naturaleza y a la esencia profunda del hombre.
Por si esto fuera poco, el método marxista cambia radicalmente el foco del problema primordial y lo traslada desde el corazón del hombre a la sociedad en su conjunto. De esta forma, en vez de dedicar nuestros esfuerzos en corregirnos a nosotros mismos, aunque es seguro que no lo vamos a lograr, pero al menos adquiriremos sabiduría y trataremos de buscar una ayuda exterior, nos dedicamos a cambiar a los demás. Yo siempre me pregunté cómo las estructurales sociales han llegado a ser injustas, porque si pensamos que los hombres por naturaleza no son malos - de hecho bueno y malo son categorías no admitidas para un coherente materialista marxista - cómo demonios llegan a serlo las estructuras sociales. Además es un hecho patente que no ha existido en ningún lugar ni en ningún tiempo una comunidad humana donde no se hayan cometido crímenes e injusticias. En consecuencia, para llevar a cabo la solución marxista, que implica cambiar a la otra clase, a la sociedad; en definitiva, a los demás, se necesita odio y violencia explícita o subrepticia. Mal arreglo es eso de sanar el odio con más odio.
Sobre esto de que el problema está en el interior de hombre y no en la sociedad o en los dirigentes o en los capitalistas, etc. me viene a la cabeza un ejemplo que me contaba mi padre: resulta que unos de los cabecillas sindicales de su empresa que reclamaba, asiduamente y con mucha beligerancia, la contratación de más personal, le tocó un buen día la lotería. Con el dinero montó un bar y cuando fueron mi padre y otros compañeros a visitarle se sorprendieron de que en ese negocio solo trabajaban él, su mujer y sus hijos. Entonces le preguntaron: «¿es que no tienes empleados?. ¡Empleados! – contestó él – ¡para que se lleven las ganancias!».
Ayer estuve viendo la genial - aunque de inicuo mensaje - película del director ruso Eisenstein "El acorazado Potemkin". Es fácil deducir de ella la propuesta bolchevique: atajar el odio con más odio y erradicar el cristianimo como si fuera el cómplice del mal social.
El odio y el mal se arreglan con el amor y eso implica que alguien pierda; y este siempre es el que ama, ya que se sacrifica. Sin embargo, el pecado original nos inhabilita para amar así, cuando nos enfrentamos a alguien que nos perjudica. En efecto, cuando tratamos de vencer el mal con el bien, en el fondo, siempre perdemos algo y eso no parece muy justo. ¿Solución?: Si alguien la quiere saber que lea Rom 7 14-25.