lunes, 18 de junio de 2007

¿Qué imagen debe tener la iglesia?

Cuando se trata el tema de la imagen de alguna organización o persona tendemos a pensar que es algo superficial o frívolo. Parece, a primera vista, que lo importante es el fondo y no la forma. Sin embargo esto no es correcto. Si bien el fondo es lo principal, por supuesto, no hay que desdeñar la forma. Si me permiten la comparación, nadie haría un valioso regalo, verbigracia una joya a su esposa un día muy señalado, sin envolverlo convenientemente. Seguramente, si el regalo y la ocasión lo merecen, cuidaremos también el lugar, el entorno y el momento adecuados para dárselo. Somos seres humanos que tenemos cuerpo y alma por eso necesitamos de esencias y de formas. Tanto es así que el mismo Dios eligió para instrumentar nuestra salvación los sacramentos que son signos eficaces; es decir, a través de una forma material sensible y visible operan invisiblemente la salvación que significan. Por tanto, parece ser que nuestro Señor quiso que tanto nuestro cuerpo como nuestra alma gozasen de su gracia.

Esto lo saben muy bien las empresas que gastan fortunas en su imagen. De hecho muchas corporaciones no tienen otro producto que su marca, todo lo demás lo compran a terceros; pero su marca, que está ligada a su imagen, es su activo más valioso.

Por otro lado, no hay que olvidar, que la imagen ayuda a transmitir el mensaje que se quiere. Por tanto, conseguir una imagen bien definida, es una tarea crítica cuando se quiere comunicar algo que es desconocido al destinatario.

Por eso me sorprende, que en medio de esta civilización secularizada, la Iglesia no haga una profunda reflexión acerca de su imagen. Porque su mensaje esencial es claro e inmutable, pero la manera de mostrarlo ha de adaptarse a cada sazón. Y, me temo, que hoy en día este tema está en el aire.

Porque históricamente la pastoral y la liturgia - a diferencia de su mensaje estas sí son mutables y cambiables - que la Iglesia ha propuesto para cada momento se apoyaban y servían del arte (música, pintura, escultura y arquitectura) conformando un todo en perfecta simbiosis. De esta forma en cada época se ha dado una propuesta estética que a una sola voz irradiaba el Evangelio por múltiples medios.

Ni el románico, ni el gótico, ni siquiera el barroco – aunque este ya menos – son estilos meramente artísticos sino que son propuestas estéticas que surgieron en el seno de la Iglesia para que, mediante todas las disciplinas artísticas, se difundiera y asentara el Evangelio a las gentes. Son tres respuestas ante tres etapas históricas diferentes que responden a sendas coyunturas: Primera, la definitiva consolidación del cristianismo en la Europa bárbara amenazada por las invasiones musulmanas y condicionada por la fiebre milenarista; segunda, el auge de la cristiandad aguijoneada por las epidemias de peste negra y, tercera, el espíritu de regeneración emanado del Concilio de Trento ante el mayor cisma herético sufrido en el seno de la Iglesia que se denominó la Contrarreforma. En efecto, el Románico expresaba el sentido de peregrinación y de camino iniciatico de la vida cristiana, por esa razón existe un angosto recorrido desde el pórtico hasta el ábside. El gótico recalcaba la contemplación, obligaba a alzar los ojos al cielo con los juegos de luces coloreadas que siempre procedían de lo alto. El barroco católico, por su parte, ahondaba en los contenido dogmáticos, de ahí los retablos repletos de escenas de la vida de Jesús y los santos. Todos ellos tuvieron en las órdenes del Cluny, Císter y Jesuitas y otros, respectivamente, quien los difundiera por doquier. No quiero ni puedo hacer un tratado más profundo sobre arte teológico, pero lo que sí quiero subrayar es que con aquellos arcos, pinturas, notas y colores, que presentaban, en no pocos casos, grandes dificultades técnicas, no se pretendía hacer público los patrones de belleza de los artistas que los creaban sino que dichas obras estaban al servicio de la liturgia y la pastoral; conformando, así, la imagen de la Iglesia en esas épocas.

Hoy en día ya no es así: la pastoral y la liturgia se proponen por separado; y, el arte religioso obedece al capricho creativo de cada autor que en la mayoría de los casos o no tiene fe o es una ateo convencido. La música, la arquitectura, la pintura y la escultura ya no están en armonía, sirviéndose unas a otras humildemente para hilvanar una sinfonía que canta la pastoral y ensalza la liturgia.

Ante esta realidad, ¿qué propuesta estética debe buscar la Iglesia?. Es acaso la figura de señores cariacontecidos y señoras tocadas de velos negros y sujetando velas blancas. O, tal vez, jóvenes curas sin ropas eclesiásticas bailando al son de un grupo de horteras tocando música pop – por llamar de alguna manera a ese remedo estrambótico, cursi y esperpéntico de la música moderna que se oye en algunos de nuestros templos -. Me temo que no.

Pienso que habrá que bucear en los orígenes de la Iglesia para encontrar un contexto histórico similar al nuestro; es decir, el mundo pagano. Solo de esta modo descubriremos cuál fue su manera de mostrar la belleza de Dios en virtud de la cual de la nada la luz del Evangelio se irradió al mundo entero. De esta forma, siguiendo el consejo de su santidad el papa Benedicto XVI, surgirá el talento de encontrar las formas nuevas y originales de evangelizar.

miércoles, 13 de junio de 2007

Que los curas trabajen como San Pablo

Me ha gustado la declaración de uno de los líderes de los llamados nuevos movimientos eclesiales respecto al clero. Según este señor se necesita un nuevo clero que sea “humilde, santo y misionero”.

La verdad es que me he quedado pasmado por la clarividencia de tal afirmación. No se puede sintetizar mejor lo que precisa la Iglesia para estos tiempos de anticristianismo furibundo.

Miren las grandes crisis de la Iglesia en el fondo no son más que crisis de su clero y si se fijan las mayores iniciativas de renovación que el Espíritu Santo ha llevado a cabo en ella han tenido a este como su objetivo principal. ¡Cuántos santos han sido llamados a reformar o refundar sus diócesis, órdenes o incluso la curia!.

Oír este trío de calificativos de humildes, santos y misioneros contrasta con la realidad de la mayor parte de nuestro clero. Si exceptuamos los países donde la Iglesia está perseguida o es muy minoritaria y algunos otros honrosos casos en nuestras sociedades, el trío de calificativos que mejor se adapta a nuestro presbiterado es de iracundos, panzudos y comodones; ¡ah!, y de una mediocridad formativa y espiritual que espanta. Créanme tras ir a misa a más de una parroquia y escuchar la homilía uno se pregunta: ¿es qué el obispo no va a proteger a sus fieles del grave peligro para su fe que representa ese cura? Al menos yo le exijo para mí asilo y protección de sus garras.

Porque hoy en día en que todos trabajamos cada vez más y vivimos cada vez más lejos, cuando llegamos bien tarde a casa encontraremos algún comercio abierto donde avituallarnos, alguna farmacia o médico de guardia por si acaso y también, como no, zonas de diversión disponibles; encontraremos de casi todo excepto un banco (pero con Internet casi lo solucionamos), un funcionario o un cura disponible. Traten de ir a rezar al santísimo después de trabajar, o quedarse a rezar en una iglesia después de la última misa o de poder confesarse (en algunas iglesias por las mañanitas y durante las misas), y no digamos ya encontrar un lugar donde escuchar una predicación para instruir a una, cada vez más carente de la debida formación católica, grey cristiana. Nada, los curas están cansaditos de todo un día sin hacer absolutamente nada. Me gustaría saber si al menos ellos han hecho esas prácticas de piedad. Porque cuando abren sus bocas no lo parece: homilías donde se habla de multitud de chorradas de las que no tienen ni la menor idea pero en las que ni se nombra a Dios.

Como pueden ver El Último también es revolucionario. Por ello voy a hacer una propuesta revolucionaria. En vez de pensar en el celibato de los curas que no solo es muy santo sino que harto recomendable para su misión propongamos otra cosilla. Porque no les quitamos el sueldo y les pedimos que se busquen trabajo como todo el mundo. ¿No estamos en una sociedad pagana?, pues que hagan como San Pablo que era curtidor de pieles y hacedor de tiendas de campaña de piel de cabra. Que trabajen, verás como no están tan ociosos y entonces encontrarán tiempo para la piedad y para vivir en santidad. Creo que aumentaríamos mucho la calidad de nuestro clero con esta medida. Me parece contraproducente la ociosidad de muchos de ellos. Estoy seguro que de esta forma si no llegan a este trío de calificativos maravillosos al menos estarán mucho más disponibles. No falla, cuanto menos hace uno menos quiere hacer y cuánto más hace menos le cuesta hacer más.

viernes, 8 de junio de 2007

La parroquia roja y el falso teólogo

Me cansa hablar de la parroquia roja esa y me hastía sobremanera la grotesca bufa del dúo trágicómico compuesto por el histrión Bono y el concejal de nuevo cuño cuyo bagaje curricular (nunca mejor dicho) es tan breve que podría detallar en dos reglones pero que el pudor y el respeto a mis lectores me impide hacerlo. Así que de este tema: callaré.

Sin embargo, ver que el fraudulento teólogo brasileño Leonardo Boff visita esa iglesia para ahondar en sus últimas necias tesis expelidas tras el viaje del Papa a sus país, me anima a glosarlas concisamente.

Dice este impostor que hay dos modelos de catolicismo; a saber, el devocional y el compromiso ético. También loa la proeza de los apóstoles por abandonar el suelo cultural judío de Jesús para arriesgarse a asumir nuevas culturas.

Toda su argumentación es errónea porque el catolicismo, mejor dicho el cristianismo, nada tiene que ver con lo que dice. El cristianismo es el encuentro con una persona y de ese encuentro, como una consecuencia necesaria y poco dependiente de la buena voluntad del individuo, se deriva un cambio moral y, por tanto, un posicionamiento ético frente al prójimo y la sociedad. Esa persona es Jesucristo resucitado, el cual no es un conjunto de valores, ni un ideal, ni una concepción del mundo, ni siquiera una nueva forma de entender el compromiso ético social - ¡vaya chorradas que cavilan estos vagos profesionales! – sino que Él es una persona. Por tanto, si no hay un trato familiar con Él, no hay cristianismo. Y esa íntima relación se da en la oración, la Palabra y los sacramentos. Además esta persona tiene una cultura concreta porque es un hombre aunque también es Dios. Cristo, como hombre, era judío y no puede uno relacionarse, ni querer a alguien, sin conocerlo tal cual es. Asi pues, no solo no hay que desdeñar el suelo cultural judío para asumir nuevas culturas sino que, yo afirmo, que el cristianismo, si bien se puede alimentar de elementos buenos de otras culturas, trae la suya propia y que la conversión exije el cambio de muchas de las tradiciones sempiternas incluso el abandono completo de un acervo. Y, por cierto, esta cultura cristiana hunde sus raices en el suelo judío.

Concluyendo no hay tal dicotomía, ya que, siguiendo su terminología – que no me gusta porque es incompleta y simplista – ambos modelos están unidos y no se pueden separar. De la devoción o la piedad; es decir, de la amistad con Cristo, surge el compromiso ético y si este no aparece es que la primera condición fue ilusión quimérica. ¡Ah!, pero quiero aclarar, ese compromiso ético ni mucho menos se restringe al tema social y desde luego no te hace un rojillo cutre y progre – que es lo que este fracasado franciscano pretende – sino que este cambio moral comporta primordialmente el amor al prójimo (a los pobres y a los ricos, a los buenos y a los malos), respeto a la vida y alegría.

¡Cuánta humildad y amor a la Iglesia requiere un teólogo!. Virtudes de las que notoriamente carece este frustrado religioso. Más vale que reflexione, agache la cabeza y reconozca que su inteligencia le ha jugado una mala pasada ya que ha sido el humus donde ha germinado la soberbia.

Es tristísimo reducir el cristianismo a un sistema de valores. Salvando las distancias, sería como considerar que yo soy mi bitácora y, créanme, soy mucho más.

martes, 5 de junio de 2007

Mamá: ¡Me aburro!

«Pues cómprate un burro», suele contestar mi mujer cuando uno de nuestros hijos nos aguijonea con tan manida protesta.

Es propio de adolescentes y niños carecer de la capacidad para convivir con la experiencia del aburrimiento. Porque una de las características propias de la madurez es precisamente la virtud de la fortaleza que permite al sujeto soportar sin desesperar experiencias no gratas. En mi caso, si me permiten el comentario, no se si por exceso o defecto de sazón, añoro, en no pocos momentos, volver a sentir tedio. Cuando me preguntan: «¿qué plan tienes para tus vacaciones?», siempre contesto: «aburrirme». Pero, no lo consigo.

El asunto es que cada vez se oyen a personas de más avanzada edad física mascullar esa misma queja lastimera. A veces en el trabajo, cambian de puesto y al poco tiempo: igual. En el noviazgo: ¡Claro!, viven con los papás; por supuesto, tienen sus buenos sueldos, salen, van al cine, a cenar, disco y a disfrutar juntos e, incluso, los papás les preparan la cama para los fines de semana – ¡habría que mandar a galeras a algunos padres! –. El resultado es que tras varios meses o años de convivencia, sin la más mínima responsabilidad ni compromiso, están hastiados. En los estudios es permanente esta querella. ¡Ni qué decir tiene en la relación con los padres!; sin embargo, con los abuelos: no. Porque cuando no son útiles se mandan al basurero – perdón, residencias de lujo – y santas pascuas. ¡Ah!, se me olvidaba: en el matrimonio….para qué hablar; esto si que es profundamente triste y preocupante.

Miren el secreto de la felicidad está en amar no en ser amado - cuando he contado esto a algún cercano que pretendía divorciarse se ha quedado con los ojos a cuadros -. Que sí, que en ser amado no hay ninguna realización, que solo se encuentra la verdadera y plena satisfacción en amar sin esperar nada a cambio. Y claro, como hemos quitado de la vida a Dios y a toda referencia ética, solo esperamos obtener algo de placer. Esta es la trampa vital de una existencia fuera de la fe. Conclusión todo aburre, incluso lo más bonito de la vida.

Además, hay otra cosa muy importante, ¿quién ha dicho que no hay que aburrirse en algunos momentos?. Amarse dos personas comporta el saber aburrirse juntos. Amar un trabajo es convivir con la rutina. El hombre adulto sabe superar e incluso utilizar para su bien y el de los demás el aburrimiento y el resto de las contrariedades que le sobrevengan. No obstante, si aman mucho no van a tener tiempo de aburrirse. Todavía no conozco ninguna monja de clausura, familia numerosa, misionero atendiendo pobres o profesional serio que disponga de tan preciado bien: tiempo para aburrirse.

viernes, 1 de junio de 2007

Fe y Razón

El comentario que me hace “el biólogo” a mi anterior entrada "Matar clavando unas tijeras en el cráneo" me ha llevado escribir esta.

Primero de todo quisiera pedir sinceras disculpas a él y a cualquier persona que haya malinterpretado mi ironía como un desprecio a la apasionante ciencia biológica. Lo que pasa es que uno, que también sabe algo del tema, se harta de esa gente que porque haya aprendido cuatro cosillas se permite el lujo de desdeñar como ignorancia cualquier argumentación que no esté basada en la muy limitada ciencia positiva.

Fe y Razón – sugiero, por cierto, la lectura de la encíclica homónima de Juan Pablo II -, no solo no se contradicen sino que deben apoyarse mutuamente en un buen cristiano. En efecto, la razón sin la fe está enferma y acaba generando monstruos – como Goya -; pero, la fe sin la razón también es incorrecta derivando en el fideismo que puede ser peligrosísimo. Leyendo a Santo Tomás se tiene muy claro este tema ya que Dios no ha creado un mundo ininteligible sino que ha dado a los seres necesarios autonomía y consistencia. Siempre en la Iglesia se ha dicho que el alma, para volar hasta Dios, necesita de dos alas y que si una de ellas falla tendrá muchas dificultades para hacerlo. Esta son la fe y la razón.

Lo que pasa es que la razón no se basa exclusivamente en la ciencia positiva; si bien es verdad que esta es necesaria y constitutiva de aquella no es la única fuente del conocimiento intelectual humano. De lo contrario podríamos caer en el cientifismo que es siempre una manipulación de la Filosofía como Ciencia sustituyéndola por una corriente filosófica particular que es el materialismo. Desde luego la ciencia puede describir o ayudar a ratificar que es cada ser, pero este precede a su descripción, descubrimiento e incluso a su existencia y nadie desde un postulado meramente cientifista puede tratar los grandes temas morales. Verbigracia: calificar de conjunto de células a un embrión o a un feto es una majadería cientifista. Para saber lo que es un embrión es necesario, desde luego, conocer científicamente el objeto a tratar, pero no es suficiente, deberemos manejar conceptos filosóficos y morales como los de persona o los fundamentos de los derechos. En efecto, con la razón se puede llegar al conocimiento de parte de la Verdad pero usando esta en su conjunto y no absolutizando el método positivo. El camino de la verdad es complejo y exige de humildad y de un gran deseo sincero de alcanzarla.

Por otro lado, tampoco desde una fe desprovista de conocimiento racional y científico se puede hablar de las grandes cuestiones sin peligro de caer en el error. Por tanto descarto que una autoridad religiosa se arrogue el derecho de proclamar como verdad cualquier extravagancia irracional. Esto sería admitir que por la fe se puedan concluir cosas contrarias a la razón. Es cierto que la fe supera a la razón y, por tanto, puede llevarnos a postulados y a acciones que la sobrepasen pero nunca que la contradigan.

Fe y razón deben conducirse metodológicamente por caminos autónomos pero nunca llegarán a conclusiones contradictorias puesto que son dos vías provistas por el Creador que ha dotado a nuestra alma de capacidad de conocimiento tanto intelectual como espiritual y el objeto del conocimiento es único: la Verdad. En esta singladura encontraremos dificultades e inconsistencias pero que con esfuerzo y humildad se han de superar, evaluando en cada ocasión si es la razón la que ha fallado o son nuestros pecados los que han empañado los ojos de la fe.

Concluyendo la razón es amplia y no se circunscribe a la ciencia positiva pero precisa de la fe, al igual que esta de aquella, para conducir al hombre al conocimiento de la Verdad.

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