Cuando se trata el tema de la imagen de alguna organización o persona tendemos a pensar que es algo superficial o frívolo. Parece, a primera vista, que lo importante es el fondo y no la forma. Sin embargo esto no es correcto. Si bien el fondo es lo principal, por supuesto, no hay que desdeñar la forma. Si me permiten la comparación, nadie haría un valioso regalo, verbigracia una joya a su esposa un día muy señalado, sin envolverlo convenientemente. Seguramente, si el regalo y la ocasión lo merecen, cuidaremos también el lugar, el entorno y el momento adecuados para dárselo. Somos seres humanos que tenemos cuerpo y alma por eso necesitamos de esencias y de formas. Tanto es así que el mismo Dios eligió para instrumentar nuestra salvación los sacramentos que son signos eficaces; es decir, a través de una forma material sensible y visible operan invisiblemente la salvación que significan. Por tanto, parece ser que nuestro Señor quiso que tanto nuestro cuerpo como nuestra alma gozasen de su gracia.
Esto lo saben muy bien las empresas que gastan fortunas en su imagen. De hecho muchas corporaciones no tienen otro producto que su marca, todo lo demás lo compran a terceros; pero su marca, que está ligada a su imagen, es su activo más valioso.
Por otro lado, no hay que olvidar, que la imagen ayuda a transmitir el mensaje que se quiere. Por tanto, conseguir una imagen bien definida, es una tarea crítica cuando se quiere comunicar algo que es desconocido al destinatario.
Por eso me sorprende, que en medio de esta civilización secularizada, la Iglesia no haga una profunda reflexión acerca de su imagen. Porque su mensaje esencial es claro e inmutable, pero la manera de mostrarlo ha de adaptarse a cada sazón. Y, me temo, que hoy en día este tema está en el aire.
Porque históricamente la pastoral y la liturgia - a diferencia de su mensaje estas sí son mutables y cambiables - que la Iglesia ha propuesto para cada momento se apoyaban y servían del arte (música, pintura, escultura y arquitectura) conformando un todo en perfecta simbiosis. De esta forma en cada época se ha dado una propuesta estética que a una sola voz irradiaba el Evangelio por múltiples medios.
Ni el románico, ni el gótico, ni siquiera el barroco – aunque este ya menos – son estilos meramente artísticos sino que son propuestas estéticas que surgieron en el seno de la Iglesia para que, mediante todas las disciplinas artísticas, se difundiera y asentara el Evangelio a las gentes. Son tres respuestas ante tres etapas históricas diferentes que responden a sendas coyunturas: Primera, la definitiva consolidación del cristianismo en la Europa bárbara amenazada por las invasiones musulmanas y condicionada por la fiebre milenarista; segunda, el auge de la cristiandad aguijoneada por las epidemias de peste negra y, tercera, el espíritu de regeneración emanado del Concilio de Trento ante el mayor cisma herético sufrido en el seno de la Iglesia que se denominó la Contrarreforma. En efecto, el Románico expresaba el sentido de peregrinación y de camino iniciatico de la vida cristiana, por esa razón existe un angosto recorrido desde el pórtico hasta el ábside. El gótico recalcaba la contemplación, obligaba a alzar los ojos al cielo con los juegos de luces coloreadas que siempre procedían de lo alto. El barroco católico, por su parte, ahondaba en los contenido dogmáticos, de ahí los retablos repletos de escenas de la vida de Jesús y los santos. Todos ellos tuvieron en las órdenes del Cluny, Císter y Jesuitas y otros, respectivamente, quien los difundiera por doquier. No quiero ni puedo hacer un tratado más profundo sobre arte teológico, pero lo que sí quiero subrayar es que con aquellos arcos, pinturas, notas y colores, que presentaban, en no pocos casos, grandes dificultades técnicas, no se pretendía hacer público los patrones de belleza de los artistas que los creaban sino que dichas obras estaban al servicio de la liturgia y la pastoral; conformando, así, la imagen de la Iglesia en esas épocas.
Hoy en día ya no es así: la pastoral y la liturgia se proponen por separado; y, el arte religioso obedece al capricho creativo de cada autor que en la mayoría de los casos o no tiene fe o es una ateo convencido. La música, la arquitectura, la pintura y la escultura ya no están en armonía, sirviéndose unas a otras humildemente para hilvanar una sinfonía que canta la pastoral y ensalza la liturgia.
Ante esta realidad, ¿qué propuesta estética debe buscar la Iglesia?. Es acaso la figura de señores cariacontecidos y señoras tocadas de velos negros y sujetando velas blancas. O, tal vez, jóvenes curas sin ropas eclesiásticas bailando al son de un grupo de horteras tocando música pop – por llamar de alguna manera a ese remedo estrambótico, cursi y esperpéntico de la música moderna que se oye en algunos de nuestros templos -. Me temo que no.
Pienso que habrá que bucear en los orígenes de la Iglesia para encontrar un contexto histórico similar al nuestro; es decir, el mundo pagano. Solo de esta modo descubriremos cuál fue su manera de mostrar la belleza de Dios en virtud de la cual de la nada la luz del Evangelio se irradió al mundo entero. De esta forma, siguiendo el consejo de su santidad el papa Benedicto XVI, surgirá el talento de encontrar las formas nuevas y originales de evangelizar.
Esto lo saben muy bien las empresas que gastan fortunas en su imagen. De hecho muchas corporaciones no tienen otro producto que su marca, todo lo demás lo compran a terceros; pero su marca, que está ligada a su imagen, es su activo más valioso.
Por otro lado, no hay que olvidar, que la imagen ayuda a transmitir el mensaje que se quiere. Por tanto, conseguir una imagen bien definida, es una tarea crítica cuando se quiere comunicar algo que es desconocido al destinatario.
Por eso me sorprende, que en medio de esta civilización secularizada, la Iglesia no haga una profunda reflexión acerca de su imagen. Porque su mensaje esencial es claro e inmutable, pero la manera de mostrarlo ha de adaptarse a cada sazón. Y, me temo, que hoy en día este tema está en el aire.
Porque históricamente la pastoral y la liturgia - a diferencia de su mensaje estas sí son mutables y cambiables - que la Iglesia ha propuesto para cada momento se apoyaban y servían del arte (música, pintura, escultura y arquitectura) conformando un todo en perfecta simbiosis. De esta forma en cada época se ha dado una propuesta estética que a una sola voz irradiaba el Evangelio por múltiples medios.
Ni el románico, ni el gótico, ni siquiera el barroco – aunque este ya menos – son estilos meramente artísticos sino que son propuestas estéticas que surgieron en el seno de la Iglesia para que, mediante todas las disciplinas artísticas, se difundiera y asentara el Evangelio a las gentes. Son tres respuestas ante tres etapas históricas diferentes que responden a sendas coyunturas: Primera, la definitiva consolidación del cristianismo en la Europa bárbara amenazada por las invasiones musulmanas y condicionada por la fiebre milenarista; segunda, el auge de la cristiandad aguijoneada por las epidemias de peste negra y, tercera, el espíritu de regeneración emanado del Concilio de Trento ante el mayor cisma herético sufrido en el seno de la Iglesia que se denominó la Contrarreforma. En efecto, el Románico expresaba el sentido de peregrinación y de camino iniciatico de la vida cristiana, por esa razón existe un angosto recorrido desde el pórtico hasta el ábside. El gótico recalcaba la contemplación, obligaba a alzar los ojos al cielo con los juegos de luces coloreadas que siempre procedían de lo alto. El barroco católico, por su parte, ahondaba en los contenido dogmáticos, de ahí los retablos repletos de escenas de la vida de Jesús y los santos. Todos ellos tuvieron en las órdenes del Cluny, Císter y Jesuitas y otros, respectivamente, quien los difundiera por doquier. No quiero ni puedo hacer un tratado más profundo sobre arte teológico, pero lo que sí quiero subrayar es que con aquellos arcos, pinturas, notas y colores, que presentaban, en no pocos casos, grandes dificultades técnicas, no se pretendía hacer público los patrones de belleza de los artistas que los creaban sino que dichas obras estaban al servicio de la liturgia y la pastoral; conformando, así, la imagen de la Iglesia en esas épocas.
Hoy en día ya no es así: la pastoral y la liturgia se proponen por separado; y, el arte religioso obedece al capricho creativo de cada autor que en la mayoría de los casos o no tiene fe o es una ateo convencido. La música, la arquitectura, la pintura y la escultura ya no están en armonía, sirviéndose unas a otras humildemente para hilvanar una sinfonía que canta la pastoral y ensalza la liturgia.
Ante esta realidad, ¿qué propuesta estética debe buscar la Iglesia?. Es acaso la figura de señores cariacontecidos y señoras tocadas de velos negros y sujetando velas blancas. O, tal vez, jóvenes curas sin ropas eclesiásticas bailando al son de un grupo de horteras tocando música pop – por llamar de alguna manera a ese remedo estrambótico, cursi y esperpéntico de la música moderna que se oye en algunos de nuestros templos -. Me temo que no.
Pienso que habrá que bucear en los orígenes de la Iglesia para encontrar un contexto histórico similar al nuestro; es decir, el mundo pagano. Solo de esta modo descubriremos cuál fue su manera de mostrar la belleza de Dios en virtud de la cual de la nada la luz del Evangelio se irradió al mundo entero. De esta forma, siguiendo el consejo de su santidad el papa Benedicto XVI, surgirá el talento de encontrar las formas nuevas y originales de evangelizar.