jueves, 13 de septiembre de 2007

La pornografía

Tengo un amigo muy querido que cada vez que le comento que el origen de esta nueva ola de males que azotan al ser humano es la aceptación social del divorcio me dice, con buen criterio, que sí pero no; que antes vino la pornografía. Y es verdad.

Digo nuevo ola porque males y pecados han existido en todas las épocas y los habrá hasta el final de los tiempos. Por supuesto, me refiero a esta situación, ya no de inmoralidad sino más bien de odio a la vida y, en consecuencia, a la familia, que nos ha tocado en suerte vivir.

A pesar de lo que nuestros inicuos políticos socialistas arguyen y nuestros vacuos políticos de centro-derecha – ¡y reformistas! - otorgan, el divorcio desencadenó, ya que atacó la raíz de la familia que es el matrimonio – el de verdad no confundir con sus caricaturas -, toda una serie de desastres que nos han conducido a la aceptación, cuando no al enorgullecimiento, de las conocidas calamidades del aborto, crisis familiar, abandono de los mayores, eutanasia y, de momento por último, el mal llamado matrimonio de una pareja del mismo sexo.

Pero mi amigo tiene razón: la pornografía. Que poco caso hacemos a este tema. Nos conformamos con que bajo el pretexto de la libertad de expresión lo que hay que hacer es regularla. Si la ponen en horario no infantil; es decir, muy de noche y sobre todo si la emiten en canales privados de pago: ya está, todos contentos. ¡Pues no!.

Evitaré entrar en muchos detalles, pues quien quiere entender lo hace y quien está de mala intención no lo va a hacer nunca.

Para empezar la pornografía inflige un daño horroroso a quien la ve. Automáticamente provoca la cosificación de la mujer – no me discutan, por favor, el 95% de esta basura está orientada a los varones, ya hablaremos en otro momento de una obviedad que se pretende negar como es que la sexualidad del hombre y de la mujer son diferentes aunque tengan, por supuesto, muchos elementos comunes –; por tanto, endurece el corazón y lo anquilosa para amar. Introduce una inquietud y un deseo ineluctable de utilizar para el placer el sexo, destruyendo, de esta forma, su valor intrínseco que es la donación. Produce adicción, lo que incuestionablemente merma la libertad del individuo. Y, por si fuera esto poco, lo más oneroso es que los efectos son a largo plazo; sí todas esas imágenes quedan impresas en la memoria – cualquier aprendiz de psicólogo sabe que la memoria funciona mejor con imágenes – y aunque la persona que ha caído en este vicio consiga rehabilitarse tras mucho esfuerzo y tiempo, porque no es ni mucho menos fácil la cura, esas escenas visionadas continuarán regurgitándose desde el inconsciente repitiéndose sus malignos efectos. Por consiguiente, al ya largo tiempo del tratamiento habrá que sumar el de la convalecencia. Por supuesto que de esta patología se derivan otros pecados mayores. Ni que decir tiene los perniciosos efectos para el amor conyugal; en efecto, provoca el enfriamiento paulatino del amor verdadero. Y qué hablar de los hombres con poca madurez psicológica, solitarios y sin posibilidad de desahogo, las consecuencias son funestas.

Para continuar la pornografía hace daño a los actores que se degradan, dudo yo que siempre voluntariamente ya que detrás hay mucha droga, a la indignidad de esclavos, profanando sus cuerpos que han sido creados para la expresión y la comunicación de toda la vida interior, fundamentalmente el amor, al fango de revolcarse para espectáculo de otros que arden mirándolos.

Para terminar la pornografía hace daño al que la produce, que como un avaro proxeneta, haciendo el papel del Tentador, induce al mal a los actores y a los espectadores.

Lo más lamentable es la facilidad de acceder a ella, cosa que está dañando incluso a gentes que tratan de llevar una vida recta, ya que la facilidad de caer en la trampa de la tela de araña de la pornografía es muy grande pero la posibilidad de desenredarse es cada vez más difícil.

Lo tremendo es que la pornografía en mayor o menor medida está hasta en la sopa: anuncios, series aparentemente inocuas, programas infantiles, etc. ¿Cómo una sociedad puede absorber toda esa cantidad energía perversa? o tal vez se la quiera tener distraída ahí, porque esclavizar una sociedad con las titánicas cadenas de la libido debe ser sin duda eficaz, ¿no?.

Mi sugerencia es prohibir la pornografía: ¿a quién beneficia mantenerla? y ¿a cuántos beneficia el eliminarla?.

A este respecto recomiendo sobre todo a los americanos la lectura de Apostolado católico en EEUU ayuda a superar adicción a la pornografía del maravilloso blog Vivicar. Por cierto la vida de Santa María Goretti y la de su asesino Alessandro Serenelli son interesantísimas. Ella es una de mis santos favoritos y, es más, yo diría que su historia es uno de los mejores ejemplos, bien sencillito, para entender qué es el cristianismo y en qué se diferencia del maremágnum de religiones.

2 comentarios:

El Cerrajero dijo...

Abogo por el mantenimiento de la pornografía, porque bastante dinero nos cuestan ya los políticos como para que tengamos que mantener también a sus madres.

Teófilo de Jesús dijo...

Gracias por el cumplido y por el enlace a ¡Vivificat! Que el Señor te bendiga ricamente, a ti y a tus lectores.

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