miércoles, 26 de septiembre de 2007

Sobre la justicia de los hombres

El comentario que ha hecho nacho p. a mi anterior entrada me ha abierto los ojos sobre un asunto, que como en tantos otros, existe una gran confusión dentro del mundo católico.

Me refiero al tema de la justicia. Cuando hablamos de ella el barullo que nos hacemos es de órdago ya que aplicamos los principios morales a situaciones y finalidades dispares sin discriminarlas rectamente.

Me explico. No hay normal moral más grande ni más importante que el amor. Esto es incuestionable, pero en función de la coyuntura el amor se expresará de formas distintas. También hay otro principio moral que aunque no contradice el amor si lo complementa y perfecciona y este es la justicia. Si, en esto estaremos de acuerdo, justicia sin amor sería crueldad, no es menos cierto que amor sin justicia nos conduciría al paternalismo y la lenidad.

Entraré en la casuística. La primera confusión que tenemos es pensar que la sociedad, a través del estado, debe tener el mismo comportamiento que lo individuos. ¡Nada más lejos de la realidad!. Si bien es verdad que para los individuos no solo es encomiable sino que, desde la óptica cristiana, es necesario perdonar o pasar por alto las faltas que nos infligen, para el estado esto no así. Lo digo, porque una de sus principales funciones es defendernos. Pongamos un ejemplo, si a mí mañana me atracan por la calle tengo derecho a mi legítima defensa, ¿verdad?: Sí, pero podría no defenderme y darle todo el dinero que lleve al ladrón y amarle aunque sea un enemigo, esto aunque extraño lo hacen los cristianos de verdad. No es obligatorio este comportamiento heroico pero los santos lo hacen, porque ellos siempre actúan más allá de lo moral, movidos por el amor. Pero, sin embargo, si la circunstancia cambia y mañana un cristiano santo llega a casa y se encuentra a un desalmado tratando de violar a su hijita de ocho años: ¿qué tiene que hacer?, ¿le dirá acaso: «perdónalo, hija»?: No, bajo ningún concepto. Tendrá que defenderla a costa incluso de su vida y hacerlo con eficacia, a puñetazos y si de esta forma no fuera suficiente para reducir al malhechor, con cuchillo o pistola. Todo menos dejar indefensa a su hija. Y si no lo hiciera faltaría atrozmente a su obligación. Además, no es lo mismo tu hijo que un extraño por la calle, no auxiliar a una víctima de un atraco supondría una falta de caridad pero no tan grave como la de no hacerlo con tu propio hijo pequeño con el que tienes el grave deber de defender. Lo mismo pasa con el estado y sus ciudadanos, ser indulgente le llevaría a una falta de lesa justicia para con nosotros.

Con los ejemplos mencionados vemos con más claridad como la recta moral nos aconseja a actuar de forma distintas en función de las circunstancias y de los sujetos que las protagonizan. Por tanto, continuando con el comienzo de esta entrada, esperar que el estado tenga una forma de comportarse llamémosla cristiana como si de un individuo y frente a sí mismo se tratara es un error muy común entre los católicos.

Concluyendo, en mi anterior entrada defendía la superioridad de la finalidad punitiva y compensatoria sobre la de la reinserción para la justicia. Parece que hay gente que aduciendo razones de índole de fe rechaza tal aserto ya que piensan - hay mucho sensible, aunque generalmenente esta sensibilidad se acentúa con la acciones de los demás y muy poco con la propias - que soy muy duro y que lo que digo no es cristiano. Bien, pondré algunos párrafos del catecismo de la Iglesia Católica para zanjar la polémica de si esto que sostengo, tanto en esta entrada como en la anterior, es o no cristiano.

2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la familia o de la sociedad.”

2266 La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte. Por motivos análogos quienes poseen la autoridad tienen el derecho de rechazar por medio de las armas a los agresores de la sociedad que tienen a su cargo.
Las penas tienen como primer efecto el de compensar el desorden introducido por la falta. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, tiene un valor de expiación. La pena tiene como efecto, además, preservar el orden público y la seguridad de las personas. Finalmente, tiene también un valor medicinal, puesto que debe, en la medida de lo posible, contribuir a la enmienda del culpable (cf Lc 23, 40-43).

viernes, 21 de septiembre de 2007

El ministro de justicia español Bermejo tiene razón

Don Mariano Fernández Bermejo, a la sazón ministro de justicia de España, ha afirmado, con más razón que un santo, que "cuando en un sistema democrático alguien cumple la pena que le impuso un tribunal lo que tiene que hacer es salir" y va y le llueven críticas. Aclaro que estas críticas se derivan del pequeño detalle que se está hablando de un violador que no está rehabilitado y que me temo estará deseando salir del talego para volver a las andadas.

Me parece que, especialmente desde la derecha, el despiste es monumental. El aserto del ínclito ministro es una obviedad. Me recuerda a la discusión sobre la liberación del etarra De Juana Chaos en la que al PP le ganaban dialécticamente por goleada y era un tema, al igual que este, donde el sentido común va en contra de lo que la realidad jurídica indica.

¿Cuál es el problema pues? ¿Porqué el sentido común parece contradecir a la ley jurídica?. La respuesta está – no en el viento – en la pregunta. Porque está mal la ley.

Dejémonos de zarandajas el problema es que el código penal español tiene una penas muy pequeñas porque se sustenta en un principio constitucional que es la reinserción, el cual es muy discutible. La primera razón de las penas tiene que ser la sed de justicia de una sociedad y el resarcimiento, si es posible, de la víctima. Por eso el código penal ha sido y es, eso, penal; es decir, punitivo. Lo primero es el castigo y luego, si el condenado muestra arrepentimiento, se puede tratar la reinserción pero como un añadido, muy loable, pero añadido. Es por ello que si no cambiamos este espíritu constitucional relativo a la justicia y como consecuencia de ello se aplican penas proporcionales a los delitos que incluyan entre otras, por supuesto, la cadena perpetua estaremos siempre en este dilema en el que la ley jurídica contradice al sentido común y cuando esto se mantiene en el tiempo la gente deja de creer en la justicia, en el sistema y pasa lo que pasa.

Por supuesto que esto no quiere decir que la ley no tenga resquicios para la misericordia, tales como conmutaciones o incluso condonaciones, pero solo para los que hayan demostrado muestras de un verdadero arrepentimiento y no hay mejor herramienta que ayude al arrepentimiento como un buen castigo. Sobre este particular estoy persuadido de que un gran porcentaje de los condenados a la pena capital están en el cielo ya que tuvieron una gran oportunidad de atrición.

Volviendo al caso que nos ocupa es más que significativo enfatizar que este hombre fue acusado de violar a 16 mujeres - conviene aclarar que 16 es el número de los casos que se han podido demostrar -, motivo por el cual tuvo una sentencia de 310 años. Teniendo en cuenta que el código penal limita a 30 el número máximo de años que uno permanece en prisión en España y que, para más inri, los beneficios penitenciarios, o sea, los años de descuento sobre la pena se contabilizan a partir de esos 30 en vez de desde la condena, el tipejo este ya ha cumplido su condena; sí, cumplido, y va a ser libre. Total, 16 de cárcel por 16 violaciones: a año por violación. ¡Ah!, las razones para la espléndida rebaja de 14 años de cárcel son el haber aprendido yoga y defensa personal – ¡que se preparen las mujeres con las que se encuentre este desalmado a partir de ahora! -. Por cierto, de su intención a reincidir no se si será un juicio de valor o si el hecho de que durante sus fines de semana de tercer grado – para la gente de fuera de España les aclararé que aquí los delincuentes, incluso lo más peligros, tiene a partir de cierto momento fines de semana de vacaciones – cometiera varias de sus violaciones represente algún indicio de peso.

El problema no es que el juez interprete no se de qué manera la ley, ni que busquemos ridículos delitos nuevos, ni otras pintorescas salidas para prolongar la estancia en prisión de este y otros maleantes. No nos perdamos por las ramas y vayamos al fondo: hay que cambiar la ley. Pero a esto no están los políticos.

Y aclaro que a mí la reinserción me parece fenomenal y muy acertada pero no para la parcela de justicia porque si no desdibujamos una de las funciones básicas del Estado que es la de garantizar la seguridad de los ciudadanos y el monopolio de la justicia (para evitar las venganzas personales). Una idea podría ser la creación de un cuarto poder que tuviera como razón de ser el arreglar los corazones de la gente, el convertir a los malvados en buenas personas y a los delincuentes en honrados ciudadanos. Algo así como un mesías laico, una evangelización pública y una Iglesia secular.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Demandar a Dios

Creo que ya todo el mundo sabe, singularmente en la blogosfera católica, de la demanda judicial presentada por el senador estatal de Nebraska, Ernie Chambers.

Seguro que están pensando que voy a fustigar a este señor por su esperpento. Pero no. Fíjense, independientemente de la irreverencia y lo descabellado de la ocurrencia, pues es evidente que Dios es el bien absoluto y ningún argumento humano puede ensombrecer esta realidad y que además, por descontado, el hombre no es digno de pedir cuentas a su Creador y si lo hace jamás podría hacerle cumplir su sentencia porque la diferencia entre el Él y nosotros es infinita y nadie puede hacerle el más mínimo agravio, bajo mi humilde criterio considero que detrás de este hecho hay algo interesante. Es como si se hubiera realizado una representación teatral de algo que, en el fondo, todos pensamos; dado que todos, en especial los que están en camino de santidad, experimentamos la tentación.

Quiero advertir previamente que no se de este señor otra cosa que lo que hemos leído y por tanto desconozco las intenciones últimas de su extravagancia pero conjeturaré para lo que trato de decir.

Al realizar esta demanda este prohombre está admitiendo implícitamente dos cosas: la primera que Dios existe y la segunda que Él es causa primera de todo lo que acontece incluso de las desgracias. Una buena pregunta de fe sería esta: ¿creemos nosotros esto?

Digo que todos nos hemos planteado en nuestro fuero interno esta demanda aunque no nos hayamos atrevido a hacerla explícita y ni mucho menos judicialmente, tal vez seamos más hipócritas. Porque quién no se ha preguntado ¿si Dios existe y es infinitamente bueno porque permite cosas tan horrorosas como aquel tsunami?

Bien, la respuesta no es sencilla y que nadie piense que una triste entrada de un blog pueda servir para responder a uno de los enigmas más grandes que la humanidad tiene, que es el origen del mal.

Lo que sí pretendo es hacer pensar y remover nuestras conciencias aletargadas ya que la pobreza de las creencias religiosas de muchos de los que hacen gala de ser católicos son causa de mofa de los impíos; lo cual no solo es malo porque nos deje en mal lugar sino porque, y esto es lo importante, la única, subrayo la única, misión de los cristianos es ser luz gracias a nuestro testimonio – las obras, vaya – provocando que los no creyentes cautivados por nuestra forma de vida deseen, en mayor o menor medida, acercarse a Jesucristo para que, de esta forma, Él los pueda salvar. En efecto, con un pírrico bagaje espiritual mal podremos realizar esta misión.

Por tanto no nos podemos permitir el lujo de eludir estas preguntas y tratar de revisar qué es lo que realmente respondemos y creemos porque muy probablemente estemos muy lejos de lo que la Santa Madre Iglesia nos enseña. Es imprescindible reflexionar sobre el mal, acerca de su esencia y de su origen, en todas sus modalidades: el pecado del hombre y su formas más crueles y retorcidas de perversión, el misterio de iniquidad (que es previo a la caída de Adán y Eva), la enfermedad y la muerte y, probablemente lo más desconcertante, el mal sin causa aparente como es el caso del sufrimiento de los niños, las catástrofes naturales o el dolor en sí.

Puede que demos respuestas del tipo de: Dios no se mete en eso, es propio de la naturaleza, es fruto de la maldad o la debilidad humana, la mala suerte o el azar o simplemente que no sabemos.

Creo que la mayor parte de las respuestas que he propuesto no son solo insuficientes sino que además son falsas. Fundamentalmente digo esto porque estoy persuadido que no escapan al control del Todopoderoso y su plan ningún acontecimiento por muy malo que a priori nos parezca. Y si pensamos un poco acerca de esto puede que muchas de nuestras convicciones más íntimas se tambaleen y, si nos armamos de valor, puede que entremos en un nuevo espacio caracterizado por el vértigo, la inmensidad sin límites y la sorpresa; en definitiva, en el Misterio; en la Fe. No piensen que hablo con suficiencia y frialdad, yo he experimentado muy cercanamente la mordedura del sufrimiento y la dimensión que este puede alcanzar desde la fe, pero esto no viene al caso ya que este es un blog fundamentalmente de pensamiento y opinión; no lo es de testimonios personales que tienen otro ámbito; tan solo hago esta apostilla para evitar los típicos prejuicios que surgen cuando se tratan los grandes temas; es decir, los importantes.

Lamentablemente no es suficiente con hablar de la bondad de Dios y ni mucho menos creer que el hombre es bueno por naturaleza (un neo-pelagianismo muy extendido) porque podríamos quedar fuera de la realidad - y Dios es muy real -, incluso, podríamos acabar, en el peor de los casos, como los curas progres, tocando la guitarra y diciendo la vida es bella y Dios te quiere de una manera fatua, mientras la gente sufriendo nos mirara con compasión. ¡Claro que Dios es amor!, es la única verdad, pero esta es tan cierta que abarca toda la realidad hasta la más negra y dolorosa.

Lo dejaré aquí. Espero que esto sirva como de incentivo para que los lectores que se sientan interpelados escudriñen el magisterio y sobre todo aumenten su piedad – fundamentalmente los sacramentos y la oración -.

Me permito sugerir algunas lecturas que pueden ayudar a buscar las respuestas: Del AT, El libro de Job (acompañado de algún libro de comentarios escrito por algún santo); del NT, Jn 9 (en especial del 1 al 4) y del magisterio, la carta apostólica Salvici Doloris de Juan Pablo II.

martes, 18 de septiembre de 2007

Que alguien me ayude

El Periodista Digital, como siempre en su línea de buscar cualquier noticia que favorezca a la Iglesia, aunque en este caso hable de los anglicanos, nos regala la siguiente noticia: Misa para curas gays y parejas.

Y yo me pregunto: ¿qué credenciales habrá que presentar para dicha ceremonia?, ¿se les practicará a los invitados un análisis forense a fondo para verificar que cumplen con los requisitos para el acceso? o ¿tendrán que realizar una demostración previa que los acredite?.

Por favor ayudenme a salir de esta duda.

Tal vez el Embajador en el Infierno con su conocimiento directo en la materia - la cultura británica, aclaro - pueda darnos luz en este asunto.

Por cierto, la foto del arzobispo no tiene desperdicio.

lunes, 17 de septiembre de 2007

La definición de hombre es la de animal moral

El autor de la erudita y más que recomendable bitácora Es justo y necesario lanzó el reto de demostrar la posibilidad de una moral sin Dios. En la entrada Otra ética ¿es posible?, que aunque es un poco larga – yo también tengo ese pecadillo – no tiene desperdicio, destripa el artículo de un pardillo autodenominado ateo que aceptó el desafío.

Y digo pardillo porque la última frase de la mencionada entrada “Sin Dios no hay moral” es, tal y como le plasmé en un comentario, impepinable. Es una vieja discusión en la que los ilusos ateos y los majaderos agnósticos han tratado de buscar todo tipo de pintorescos principios para sustentar lo insostenible que es mantener que sin Dios puede haber algún atisbo de moral; es decir, encontrar un principio para normalizar qué actos son buenos y cuáles son malos. Por tanto el autor del blog jugaba con ventaja pero él no es un tramposo ya que su reto no era real, pues sabía que estaba ganado de antemano, sino un acicate, una original fórmula retórica, para hacer pensar al rebaño adormecido.

Sí, ya se que se han dicho muchas cosas para negar lo que estoy sosteniendo. En el colmo de la estulticia, cuando no de la desfachatez, algunos argumentan incluso – o mejor dicho rebuznan - que ésta, la moral, es relativa. ¡Manda huevos! Y se quedan tan anchos como si hubieran dicho algo importante y no una chorrada como un piano. Porque mantener que la moral es relativa no es más que una contradicción en los términos; a saber, si lo bueno y lo malo depende de cada cual entonces no existe la moral porque no hay norma y es eso precisamente lo que la moral es, unas normas. Verbigracia: ¿existiría la Ley si dependiera del criterio de cada uno?: ¡Yo pago el 5% de impuestos!, ¡yo, el 15%!; ¡yo no he robado porque ese señor era rico!, ¡ya pero yo soy rico y tengo derecho a mi propiedad!; ¡Las mujeres no votan en mi mesa electoral porque considero que no deben!, ¡pues en la mía votan los inmigrantes porque es justo socialmente!. Vaya follón, ¿no?. Si esto fuera así; esto es, que la ley jurídica fuera relativa, la conclusión sería que no existiría ley. Pues con las leyes morales ocurre lo mismo si son relativas no existen. No entender esto es de imbéciles por lo tanto no insisto más que me canso. Hasta la Biblia desaconseja enseñar a los necios.

Por otro lado, los progres – que son de un cursi y de un pedante vacuo que atufa – aseveran que una cosa es la moral y otra la ética. La moral – mantienen ellos – es para el orden privado y es relativa; la ética, por el contrario, es de la que se debe ocupar el Estado (y de ahí la EpC…). La gente normal se queda atónita, pero como somos muy pudorosos y nadie se atreve a preguntar, especialmente en este mundo dominado por el pensamiento único donde te crucifican si te significas, nos tragamos estas cosas sin anestesia y ponemos cara de boniato. Pero yo me atrevo a preguntar: pero, ¡coño!, ¿acaso no eran sinónimos ética y moral?. Y respondo: Sí. Lo que pasa es que esos ignorantes sostienen que la ética es la moral y la moral la parte de esta dedicada a lo que está debajo del ombligo y por encima de los muslos. Y ya saben que lo único que quieren los progres es fornicar sin que nadie les diga que es pecado, por eso les fastidia tanto la Iglesia. Y créanme el pensamiento actual no es mucho más complejo que el alegato de las prerrogativas de la bragueta. Volviendo al hilo: Pues no, moral y ética es lo mismo.

Por último, sobre este tema diré que mi admirado Gustavo Bueno – el de verdad, el padre – que por ser un marxista tan coherente y tan valiente dice cada día verdades como puños que asustan porque se ve la maldad a las claras del ateismo. Pues este filósofo afirma que le ética (la moral) es mentira, es simplemente el arma de defensa de los débiles contra los fuertes. Y es verdad. Si Dios no existe eso es vedad. Si Dios no existe esto es una jungla sin sentido donde hemos de sobrevivir como en Mad Max. Veo que como siga así de genuino, el amigo Bueno, se va a convertir al cristianismo. Porque siendo auténtico con la Verdad aunque se vaya por un camino equivocado la Verdad se hace la encontradiza; pero con lo progres es imposible porque no juzgan sino que prejuzgan y someten todo a su dogma y cuando ven que su razonamiento está equivocado sacan el sentimentalismo y cuando no pueden más la chanza.

Lo que quiero decir es que yo respeto la hidalguía de los que dicen que Dios no existe y por tanto no existe ningún principio moral y que tan solo podremos alcanzar alguna convención perecedera para subsistir e ir tirando y que, en consecuencia, la existencia del hombre es una fatalidad trágica cuyo destino es terrible. Tal pensamiento será vertiginoso pero es intelectualmente admisible. Ahora los mediocres que defienden que la moral es relativa o que está fundamentada en el consenso asambleario o que es el fruto de la evolución como especie – esta teoría de Darwin hace las delicias de los progres más leídos – me producen hilaridad. Por supuesto, hay también otra posibilidad, que es la que sostengo: que Dios existe y que por tanto de sus derechos como Creador, o lo que es más como El Ser, se derivan lo deberes de sus criaturas.

Nuestro amigo de Es justo y necesario afirma también con buen criterio que el hecho de que sin Dios no hay moral no implica que los no creyentes o los ateos no sean morales. Yo digo más aún: que tampoco conlleva necesariamente que los creyentes lo sean. La moral está inscrita por nuestro Creador en nuestras células y es la conciencia la encargada de hacérnoslo saber. Todo hombre aunque no sea piadoso escucha de algún modo la voz de Dios; en efecto, el hombre intuye – muchas veces es la forma más segura de conocimiento- la bondad, la verdad, la belleza y por el contrario la maldad, la mentira y la fealdad. Es curioso cada vez que hablo con alguien que dice no creer en Dios y le pregunto sobre su criterios morales acaba haciendo alguna referencia, aunque sea remota, a los principios religiosos de sus padres, de la sociedad, del colegio, etc.. Por otro lado hay gente aparentemente muy piadosa pero que realmente sus actos no lo son, esto es debido a una enfermedad de la religión denominada fariseísmo. En consecuencia, el hecho de que los ateos en particular y los no creyentes en general actúen honradamente no demuestra que pueda haber moral sin Dios.

Hay una cosa más que quiero constatar y es que para que exista la moral no solo es necesario que exista Dios sino que tiene que haber seres libres. Solo si se es libre puede haber actos buenos o malos. Los toros no hacen actos moralmente calificables. Ellos actúan tal y como Dios le han mandado hacer, y su voluntad está circunscrita a su instinto que heredan genéticamente. Pero el hombre (o los ángeles, pero hoy no toca, que no acabo entonces) es libre y está facultado para realizar actos volitivos. Pero, ahí va esa – a los cretinos les va a costar porque lo obvio les cuesta – la materia no puede ser libre, tan solo el espíritu puede ser sujeto de tal facultad. La materia está regida por unas leyes, las cuales son el objeto de estudio de la ciencia, que son indefectibles. Una roca no puede decidir si estar sometida a la gravedad o no. Otro ejemplo más ilustrativo: un sistema de inteligencia artificial puede aprender, razonar, argumentar pero no puede decidir, siempre tiene que ser en base a una experiencia acumulada que lo hace predecible, complejo tal vez, pero predecible. Sin embargo el hecho de que yo continúe esta frase o la interrumpa para dar un beso a mis hijos, que los estoy oyendo, depende absolutamente de mi voluntad. Aunque la química de mi cuerpo me condicione, pues tengo sed, a seguir o continuar escribiendo yo puedo decidir libérrimamente levantarme a beber un vaso de agua o seguir; esta decisión no puede ser tomada por ninguna complicada matriz de neuronas y corrientes eléctricas en frenética actividad cerebral, porque su resultado sería predecible, el mío no. Estos actos no son de la materia son del espíritu. En efecto, sin alma no hay voluntad y consecuentemente no hay libertad. Por tanto, si admitimos que existe la moral inferiremos que Dios existe y que el hombre tiene alma. Por cierto terminé el párrafo y ahora me voy a beber un vaso de agua.

Ya he subido, pero no me tomé el vaso de agua, directamente merendé. Tampoco les he dado un beso a mis hijos, lo haré cuando acabe la entrada, o no.

Por todo ello, para mí, el hombre se define más que como una animal racional, que por supuesto lo es, como un animal moral; esto es libre para actuar de acuerdo al bien que procede de su Creador o al mal. Y tan fuerte es esto que el mismo Dios se resigna a nuestra propia condenación, la cual, por el amor tan grande que nos tiene le duele tanto, hablando en categorías humanas, que la sangre de su Hijo ha sido derramada para evitarnosla, antes que restringir mínimamente nuestro libre albedrío.

Por supuesto el admitir, como hemos dicho, que si existe la moral inferiremos pues que Dios existe y que el hombre tiene alma, no comporta racionalmente que ese sea el Dios de Jesucristo ni que el alma sea inmortal ni todo el resto de la Revelación. Todo esto se conoce por la fe. Por tanto para la certeza de la existencia de Dios no hace falta la fe, es un preámbulo de la fe - lo decía santo Tomás de Aquino – se puede llegar a este conocimiento por la razón a través de diversas vías y aquí estamos jugando con una de ellas aunque no tomista. No lo hemos demostrado, porque no es el objetivo de este artículo, pero la hemos condicionado a la existencia de la norma moral. La fe es otra cosa, pero esto – como decía Aznar – hoy no toca.

Yo quiero dar un paso más en este reto que ha lanzado nuestro compañero de la blogosfera católica y es el siguiente: Afirmo que si Dios no existe y aceptamos los mentecatos axiomas del relativismo concluiríamos que ningún conocimiento cierto sería posible, ni tan siquiera de la ciencia positiva y, es más, tampoco sería posible y carecería de sentido el diálogo – palabra que tanto manosean los progres como ZP –. En definitiva, de nada serviría, por tanto, el esfuerzo de las ciencias: biología, economía, sociología, química, etc. . Es más, tampoco haría falta que los que defienden lo contrario me rebatieran porque lo suyo tampoco sería cierto, al menos para mí. Entiendo que para la narcotizada sociedad actual, que solo piensa con el sentimentalismo o con lo venéreo, admitir esto sea difícil. El relativismo solo tiene una alternativa que es el puritanismo; es decir, unas normas externas, que tengan o no mucho sentido, definidas por el Estado e impuestas por la fuerza y la coerción, que nos permitan sobrevivir sin devorarnos mutuamente. Al que se le pilla sin cumplirlas se le hunde socialmente y al que no, se le admirará por cualquiera de sus bienes o dotes más superficiales, y por supuesto tratará de aparentar que las cumple aunque en el fondo tampoco lo hará. Piensen si no en la ecología, el tema del tráfico, el fumar, la fiscalidad y un largo etcétera.

Prometo que las próximas entradas serán menos largas y de otro temas que los filosóficos pero es que el bloggero Es justo y necesario me ha provocado. Por supuesto que de vez en cuando dedicaremos alguna a la Metafísica, que no es que me guste, es que pienso que es el conocimiento más práctico. Y no se crean que soy filósofo aunque tengo buenos amigos que lo son y me ayudan en mi aficionado aprendizaje, tampoco, como mis “disculpados” creen, soy teólogo. ¡Qué lejos de mi especialidad!. Pero lo mejor de tener un blog es poder hablar sin tener que contar muchas cosas de uno mismo que, por cierto, son irrelevantes.

jueves, 13 de septiembre de 2007

La pornografía

Tengo un amigo muy querido que cada vez que le comento que el origen de esta nueva ola de males que azotan al ser humano es la aceptación social del divorcio me dice, con buen criterio, que sí pero no; que antes vino la pornografía. Y es verdad.

Digo nuevo ola porque males y pecados han existido en todas las épocas y los habrá hasta el final de los tiempos. Por supuesto, me refiero a esta situación, ya no de inmoralidad sino más bien de odio a la vida y, en consecuencia, a la familia, que nos ha tocado en suerte vivir.

A pesar de lo que nuestros inicuos políticos socialistas arguyen y nuestros vacuos políticos de centro-derecha – ¡y reformistas! - otorgan, el divorcio desencadenó, ya que atacó la raíz de la familia que es el matrimonio – el de verdad no confundir con sus caricaturas -, toda una serie de desastres que nos han conducido a la aceptación, cuando no al enorgullecimiento, de las conocidas calamidades del aborto, crisis familiar, abandono de los mayores, eutanasia y, de momento por último, el mal llamado matrimonio de una pareja del mismo sexo.

Pero mi amigo tiene razón: la pornografía. Que poco caso hacemos a este tema. Nos conformamos con que bajo el pretexto de la libertad de expresión lo que hay que hacer es regularla. Si la ponen en horario no infantil; es decir, muy de noche y sobre todo si la emiten en canales privados de pago: ya está, todos contentos. ¡Pues no!.

Evitaré entrar en muchos detalles, pues quien quiere entender lo hace y quien está de mala intención no lo va a hacer nunca.

Para empezar la pornografía inflige un daño horroroso a quien la ve. Automáticamente provoca la cosificación de la mujer – no me discutan, por favor, el 95% de esta basura está orientada a los varones, ya hablaremos en otro momento de una obviedad que se pretende negar como es que la sexualidad del hombre y de la mujer son diferentes aunque tengan, por supuesto, muchos elementos comunes –; por tanto, endurece el corazón y lo anquilosa para amar. Introduce una inquietud y un deseo ineluctable de utilizar para el placer el sexo, destruyendo, de esta forma, su valor intrínseco que es la donación. Produce adicción, lo que incuestionablemente merma la libertad del individuo. Y, por si fuera esto poco, lo más oneroso es que los efectos son a largo plazo; sí todas esas imágenes quedan impresas en la memoria – cualquier aprendiz de psicólogo sabe que la memoria funciona mejor con imágenes – y aunque la persona que ha caído en este vicio consiga rehabilitarse tras mucho esfuerzo y tiempo, porque no es ni mucho menos fácil la cura, esas escenas visionadas continuarán regurgitándose desde el inconsciente repitiéndose sus malignos efectos. Por consiguiente, al ya largo tiempo del tratamiento habrá que sumar el de la convalecencia. Por supuesto que de esta patología se derivan otros pecados mayores. Ni que decir tiene los perniciosos efectos para el amor conyugal; en efecto, provoca el enfriamiento paulatino del amor verdadero. Y qué hablar de los hombres con poca madurez psicológica, solitarios y sin posibilidad de desahogo, las consecuencias son funestas.

Para continuar la pornografía hace daño a los actores que se degradan, dudo yo que siempre voluntariamente ya que detrás hay mucha droga, a la indignidad de esclavos, profanando sus cuerpos que han sido creados para la expresión y la comunicación de toda la vida interior, fundamentalmente el amor, al fango de revolcarse para espectáculo de otros que arden mirándolos.

Para terminar la pornografía hace daño al que la produce, que como un avaro proxeneta, haciendo el papel del Tentador, induce al mal a los actores y a los espectadores.

Lo más lamentable es la facilidad de acceder a ella, cosa que está dañando incluso a gentes que tratan de llevar una vida recta, ya que la facilidad de caer en la trampa de la tela de araña de la pornografía es muy grande pero la posibilidad de desenredarse es cada vez más difícil.

Lo tremendo es que la pornografía en mayor o menor medida está hasta en la sopa: anuncios, series aparentemente inocuas, programas infantiles, etc. ¿Cómo una sociedad puede absorber toda esa cantidad energía perversa? o tal vez se la quiera tener distraída ahí, porque esclavizar una sociedad con las titánicas cadenas de la libido debe ser sin duda eficaz, ¿no?.

Mi sugerencia es prohibir la pornografía: ¿a quién beneficia mantenerla? y ¿a cuántos beneficia el eliminarla?.

A este respecto recomiendo sobre todo a los americanos la lectura de Apostolado católico en EEUU ayuda a superar adicción a la pornografía del maravilloso blog Vivicar. Por cierto la vida de Santa María Goretti y la de su asesino Alessandro Serenelli son interesantísimas. Ella es una de mis santos favoritos y, es más, yo diría que su historia es uno de los mejores ejemplos, bien sencillito, para entender qué es el cristianismo y en qué se diferencia del maremágnum de religiones.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Aquí estoy de nuevo

¡Da mucha pereza arrancar de nuevo una tarea que llevamos abandona durante un tiempo largo!, ¿verdad?; aunque esta sea una labor tan placentera para mí como es hacer este blog. Todo reencuentro es difícil, mucho más que los comienzos. ¿De qué puedo escribir?. A uno, que entre otras cosas aun peores es vanidoso, le parece que la primera entrada de la temporada debe ser buena, novedosa o simplemente especial. Hay lectores que la esperan y todo el mundo sabe que no hay peor cosa para cualquier autor que hacer esperar ya que esto provoca un aumento de las expectativas y por ende la probabilidad de defraudarlas. Hasta mi admirado Embajador en el Infierno, que ha tenido la deferencia de premiarme dentro de una cadena que tendré que ver cómo continuar, sospecha que me haya rajado de la blogosfera. Tendré que hacer un esfuerzo; calentar motores y…despegar. La pantalla en blanco de mi editor me desafiaba sarcásticamente como si me dijera: ¡No me mancharás!. Pero, ¡lo conseguí!, escribí mi primer párrafo: ¡He vuelto! Y es un verdadero placer estar con todos vosotros de nuevo.

Dos cosillas me gustaría comentar muy brevemente – ¡estoy empezando! – sobre la actualidad.

La primera es la idea de Chaves – presidente de la comunidad autónoma española de Andalucía - de garantizar por ley el acceso a una vivienda a un precio asequible para todos. Miren, sin entrar en un análisis desde el punto de vista de política coyuntural ni económico en profundidad, les diré que en principio este tipo de propuestas me gustan. Sí, yo que me encanta el libre mercado, como toda lo que suponga libertad para el hombre porque así nos quiso Dios y por tanto así somos por naturaleza. Quiero advertir que aunque no me etiqueto como liberal porque yo solo me identifico como cristiano (por la gracia de Dios) defiendo los postulados del libre mercado a capa y espada como si lo fuera. Lo hago así porque estoy convencido de que son los más eficientes y los más concordes con nuestra naturaleza. Pero como no hay más absoluto de nuestro señor Jesucristo tampoco la visión liberal lo es y, en consecuencia, podemos ponerla en entredicho en ciertos momentos y circunstancias. Así como defendemos, los que lo hacemos, la libertad de la persona para hacer los que quiera mas si esta hace un mal exigimos que este debe ser reparado y quien lo comete pagar proporcionalmente a su gravedad, acarreando este castigo la falta de libertad u otras consecuencias superiores, de la misma forma la libertad de mercado ha de ser sometida a la justicia y si hay un problema con el acceso de las personas a la vivienda, como la persona está por encima de las leyes, las teorías y las ideas, hay que ayudarlas a poder tener un techo. Ya, ya se perfectamente lo bueno de la ley de la libre oferta y la demanda, nadie como yo la defiende frente a los progres de tres al cuarto y los amantes de lo público y la subvención, pero el libre mercado precisa de condiciones ideales: sin monopolios, sin amenazas, sin grupos de presión y con reglas de juego comunes y no en un mundo globalizado para todo menos para los derechos de las personas. No nos engañemos, las causas del gran problema que tienen los jóvenes para acceder a una vivienda y por tanto a formar una familia serían suficientes para miles de tesis doctorales y nunca la conclusión sería que la economía controlada es mejor que el libre mercado, porque la primera es disconforme con nuestra naturaleza, pero como el pecado original existe y el hombre es malvado el Estado debe tratar de hacer justicia. Es lo mismo que para evitar los monopolios: ley al canto y nada de libertad. Los padres del liberalismo anhelaban un mundo liderado por la iniciativa de millones de pequeños empresarios y sometidos a una moral cristiana.

La segunda cosa es el tema de Fernando Alonso y la sospecha de espionaje. Por muy español que sea Alonso, yo que me califico de carpetovetónico y que me veo con pasión todas sus carreras, les digo que si ha participado de espionaje y por venganza además se ha chivado a la FIA de su equipo, la verdad, que quieren, el niño deja mucho que desear y ha cometido dos vilezas. Una cosa es denunciar el mal que uno ha visto y asumir el castigo que le corresponda y otra muy distinta es delatar a tu equipo por venganza amen de haber sido beneficiado tramposamente copiando el trabajo de otro.

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