jueves, 10 de mayo de 2007

Como niños en el trabajo

Francamente lo de la bondad infantil es una de las estupideces más grandes que, aunque no se si la creemos realmente, repetimos sin enmienda.

Por supuesto no niego la candidez y la nobleza de los niños pero, no hay más que observarlos media hora - ¡claro cómo ahora no tenemos niños creemos en el mito! – para caer en la cuenta de su egoísmo, caprichos, tozudez y, en muchos momentos, crueldad. Pero, es verdad, lo compensan con su confianza en los padres, su obediencia, su sencillez y su limpieza de corazón.

El problema es que vivimos en una sociedad de inmaduros; es decir, de púberes de más de treinta años. Y, a esa edad: ni confianza, ni obediencia, ni sencillez ni, mucho menos, limpieza. Más bien lo contrario: recelos, soberbia, retorcimiento y suciedad interior (resentimiento, codicia, envidia e impudicia). O sea la maldad del pecado original pero sin el control de las virtudes cardinales propias del hombre maduro que, con denuedo y paciencia, las ejercita y vigoriza, tras muchas caídas. De las virtudes teologales - en mi experiencia las únicas eficaces - ya ni hablo.

Esto se ve con mucha claridad en el mundo laboral donde, especialmente cuando se sube el nivel, se vive el trabajo como un juego de guerra, con aliados y enemigos, para satisfacer puerilmente el ego.

Lejos de ser el trabajo el medio para ganarse la vida y sacar adelante a una familia – muchas veces, por desgracia, inexistente - se ha convertido en la competición deportiva para realizarse. Como tal satisfacción nunca se produce, pues nuestras ansias son infinitas como corresponde a quien por vocación está llamado a la unión con el Eterno, la frustración redunda en el recrudecimiento de las formas para triunfar en el trabajo. Además el salario no es más que una medida del prestigio. El resultado es las difamaciones, traiciones, falsedad y superficialidad. Por cierto, en las mujeres: peor; si además son directivas: peor que peor.

Lo más gracioso es que cada día los consejos de dirección de las empresas están intentando extender, para mayor beneficio de consultoras varias, una cultura pseudoreligiosa que reduce su remedo de piedad en: el valor del equipo, la dirección por misión o por valores, los objetivos comunes y, como no, la responsabilidad social corporativa. Creanme ciertos seminarios, carísimos por cierto, son de una ridiculez insultante.¡Lo que se ahorrarían las empresas y las personas si las gente se convirtiera de nuevo al cristianismo!.

Claro, con esta cultura de implantar el buen clima laboral estamos mordiéndonos ferozmente pero una sonrisita en los labios y, eso, tuteándonos como amigos. Es el colmo de la hipocresía.

Yo soy de los que tengo mi crucifijo y un iconito de la virgen en mi despacho y rezo el Ángelus a medio día y pido a Dios me permita vivir cada día el trabajo como servicio y amor a mis compañeros, jefes, subordinados, clientes, proveedores, accionistas y la sociedad. No lo consigo como quisiera, pero apoyado en Jesucristo no pierdo la esperanza. Seguro, como mi fe me atestigua, que sin el menor esfuerzo, apoyado en la gracia, se me concederá.

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