lunes, 9 de abril de 2007

¡Cristo ha resucitado!

Qué día tan maravilloso; tanto, que dura toda una octava; tanto, que se celebra durante cincuenta días.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. ¡Aleluya!.

Nada podríamos escribir que no sea gritar a los cuatro vientos la gran noticia de la resurrección de Jesucristo. Él era un hombre como nosotros y ofreció su vida por todos sus congéneres y Dios lo resucitó y lo ha constituido Señor de vivos y muertos. Sin embargo, también Él es Dios, el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad que se encarnó para cumplir la misión de redimirnos. Tan inmensa y tan santa es esta alegría que no podemos perturbarla con nada. Pasaremos la cincuentena sin alterar nuestro gozo por ninguna vicisitud aunque el mundo siga por su trágica senda.

Con su resurrección Él nos ha ganado la Vida Eterna en este mundo – ya y aquí -, la liberación de todas nuestras esclavitudes espirituales y materiales, la superación de todos nuestros complejos psicológicos, el alivio de todas las angustias de la vida, la curación de nuestras enfermedades. Toda lágrima, miedo, culpa y preocupación tienen en su asombrosa resurrección el remedio definitivo. En ella se encuentra toda la realización personal que ni soñar lográramos, toda la felicidad que ni imaginar consiguiéramos y la plena satisfacción de toda ansia e ilusión que en esta vida tengamos.

Con la muerte y resurrección de Jesucristo hemos obtenido también el definitivo perdón de los pecados y al acceso a los tesoros de la gracia.

Su resurrección de la muerte tiene el poder de transformarnos y convertir la nuestra en una vida de santidad, lo cual es imposible a nuestra naturaleza, puesto que por su Pascua, Jesucristo nos ha ganado el don del Espíritu Santo.

Además, con su resurrección se nos han abierto de par en par las puertas del Paraíso. Las almas de los justos desde el momento de su muerte disfrutarán de la visión beatífica en el cielo.

Pero, todavía hay algo más, y este capítulo es el más desconocido de nuestra fe, por incluso los mismos creyentes, que cada día lamentablemente adolecen más de la debida iniciación cristiana, se trata de la resurrección de nuestra carne.

Sí, nuestro cuerpo, este que vemos en el espejo, con nuestra cara y nuestras manos, con el que nos expresamos, que conforma con el alma todo nuestro ser, también saldrá de la tumba. ¿Cómo has dicho? – dirá alguno – Sí, eso he dicho, que nuestro cuerpo serrano participará de la vida inmortal, saldrá del nicho a la vida. ¿Cómo?, se preguntarán, esta cuestión se ha formulado en cada generación, si ya no quedarán ni cenizas de muchos. La respuesta es: transformado; pero, ¿en qué?: Jesucristo resucitado nos da una idea. Dos características sobre Cristo Resucitado: Por un lado, la tumba estaba vacía, se le podía ver y tocar e, incluso, comió con ellos en el lago Tiberíades y por otro lado, atravesaba puertas y no estaba sujeto al tiempo y al espacio. Lo dejo para la reflexión… Ya se que en este punto muchos fieles están en herejía práctica porque creer esto es extraordinario. Jesucristo es impresionante no se parece en nada a ninguna religión. Creer que el alma es inmortal no es difícil, casi podríamos llegar a un acuerdo con muchas religiones y muchas personas agnósticas en este punto, pero que el cuerpo resucite: ¡eso es de locos!. Ya San Agustín comentaba que lo más difícil de predicar del cristianismo, allá en Cartago, era esto de la resurrección del cuerpo, que lo de la inmortalidad del alma, vaya, más o menos, todos lo llegaban a admitir, pero que el cuerpo débil, concupiscente y corruptible fuera heredero al igual que el alma de la vida perdurable era locura; sin embargo, si uno lo piensa es alucinante, la temida muerte vencida completamente en todos sus aspectos; ¡Sí! esa es la gran noticia del cristianismo. Como la gente no ha conocido esta impresionante nueva buscan estúpidos sucedáneos como la reencarnación, la exaltación maniquea del espíritu frente al cuerpo, etc. Por eso los cristianos cuidamos del cuerpo tanto en la vida, preservándolo del pecado, singularmente de los sexuales y en la muerte con las exequias y, por ello, no incineramos a nuestros difuntos, entre otras cosas.

En conclusión: La resurrección de Jesucristo ha destruido totalmente la muerte: en el orden corporal, en el orden psicológico y en el orden espiritual: es la salvación integral del ser humano. La gran noticia que espera la humanidad. Es el cielo en la tierra y la tierra en el cielo.

Repito, hoy, no puedo decir otra cosa que transmitir esta alegría pascual grande, placentera, desbordante, dulce y que sabe, es así, a eternidad.

¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado.

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