miércoles, 4 de abril de 2007

El valor redentor de la muerte de Cristo

En estos días que comenzamos a celebrar el santo triduo de nuestro Señor; esto es, su pasión y muerte, sepultura y resurrección, me he decidido comentar la afirmación que nuestro compañero de blogosfera de la Luna de Endor hizo sobre la muerte de Cristo. Según él, esta no tendría un valor salvífico primario sino condicionado a su resurrección.

El contenido de su entrada se puede prestar a muchas lecturas porque, aunque de un modo incorrecto, pretende decir algo que es verdad y es que toda nuestra fe se sustenta en la resurrección de Jesucristo, lo dice San Pablo, vana sería nuestra fe si Cristo no hubiera resucitado; sin embargo, se pueden extraer conclusiones incorrectas respecto a la muerte del Señor y su verdadera significación. Cuanto menos lo que ahí se expresa si no es del todo falso sí es muy incompleto. Y no se trata de un mero artículo de un blog perdido sino que está influenciado por una interpretación teológica bastante difundida que pone en entredicho el valor sacrificial de la muerte de Cristo y que, por tanto, desencadena unas consecuencias, sin ir más lejos, de orden práctico, con una lectura no muy ajustada al sentir católico respecto el cierto valor redentor del dolor en la vida humana. Sobre esto quiero decir que las más peligrosas herejías no son las claramente contrarias al dogma sino que son aquellas que se alejan o muy poco o tan solo en unos mínimos aspectos; la defensa contra las primeras es evidente, mas no así frente a estas últimas, ya que se precisa de una gran sensibilidad teológica y, además, sus promotores, amparándose en la ambigüedad de las mismas, son muy recalcitrantes tratando de imponerse y distorsionar, de esta forma, la verdad del Evangelio.

Lo primero que quisiera decir es que el misterio pascual es un todo indisoluble: muerte y resurrección. El término Pascua procede del hebreo Pesaj que significa pasar por encima. Es preciso que haya dos situaciones distintitas para se pueda pasar de una a otra.

Pero si nos empeñamos en considerar la muerte y la resurrección de Jesucristo por separado, como análisis teológico, para así ponderar cada una de ellas, tenemos que hacer una reflexión previa: Esto es materia de fe, ¿no?. En consecuencia, la forma de adquirir conocimiento cierto en una cuestión de fe es dirigirnos al magisterio de la Iglesia Católica.

Insisto, y no me cansaré de hacerlo, que la depositaria de la fe es la Iglesia Católica y que la ha transmitido de generación en generación tal cual la recibió de los apóstoles sin alterarla. Aunque la fe, por supuesto, exige una experiencia personal, pues no es un sistema de valores o de conocimientos que se transmite sino que es el encuentro con una persona que es Cristo resucitado, esta no es diferente e independiente para cada individuo sino que es la respuesta a la única revelación que Dios ha hecho de sí mismo, de forma singular y definitiva, en el Verbo Encarnado y, en consecuencia, es común a tantas personas, entre ellas muchos santos, que nos han precedido. Además, en resumidas cuentas, la Iglesia no es más que la comunión de personas que han tenido la misma experiencia. El contenido de esta revelación única, creemos los católicos, procede de dos fuentes que son la Escritura y la tradición. Estas son interpretadas y explicadas por lo que se llama el magisterio de la Iglesia. Por tanto, para aclarar cualquier tema de fe hay que ir al magisterio y dejarnos de ingeniosas disquisiciones que serán infructuosas en este terreno. Todos tenemos opiniones y capacidades para elucubrar, yo el primero; pero debemos usar la humildad – en el caso de los teólogos es una demanda imperiosa – para tratar estos temas que nos superan e ir, por consiguiente, a las fuentes, donde beberemos las aguas límpidas de la verdad y de la comunión. Con la soberbia de nuestra inteligencia – muy buena para la tareas humanas – mancharemos la sublimidad de la fe. Pues nada, vamos al magisterio para aclarar algunos errores, implícitos y explícitos, que se encierran tras el comentario de nuestro amigo endoriano. Me basaré en el artículo Jesús murió crucificado del catecismo de la Iglesia Católica porque estimo es el compendio del magisterio, aunando Escritura y Tradición, más adecuado para abordar este tema:

1.- La muerte de Cristo no es fruto de la casualidad o del devenir de unos acontecimientos fortuitos sin más, ni tan poco es solo la consecuencia de una vida de entrega, sino que es fruto del previo designio de Dios con la finalidad redentora del género humano:
599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (ibidem: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).

2.- La muerte de Cristo es indudablemente el sacrificio único y definitivo para remisión de los pecados de toda la humanidad.
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
619 "Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras"(1 Co 15, 3).
621 Jesús se ofreció libremente por nuestra salvación. Este don lo significa y lo realiza por anticipado durante la última cena: "Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19).
622 La redención de Cristo consiste en que él "ha venido a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28), es decir "a amar a los suyos hasta el extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen "rescatados de la conducta necia heredada de sus padres" (1 P 1, 18).
623 Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte de cruz" (Flp 2, 8) Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando con las culpas de ellos". (Is 53, 11; cf. Rm 5, 19).

3.- Sobre la objeción de algunos teólogos, para negar el profundo y misterioso valor de su pasión y muerte, afirmando que esto sería admitir la existencia de un dios cruel sediento de sangre que se calma con la tortura de su hijo, diremos que afirmar eso es absolutamente descabellado, a parte que indica una mentalidad procedente de la carne (o sea humana, psicológica, de este mundo) y no de la fe, pues es el Padre el que nos entrega gratuitamente a su Hijo por amor. Es el mayor acto de amor del Padre por la humanidad y el mayor acto de amor del Hijo al Padre y a nosotros, sometiéndose al tormento más absurdo por nuestra redención y por una sumisión total al Padre. Esto es sublime: no hay palabras para describirlo.
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
620 Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19).

Además la Iglesia siempre ha mantenido, tal y como dijo Santo Tomás de Aquino, que una sola gota de la sangre de Cristo hubiera sido suficiente para salvar a la humanidad a pesar de los enormes pecados cometidos. Pero, nuestro Señor Jesucristo, en perfecta comunión con su Padre en el Espíritu Santo, quiso donarse completamente para mostrarnos la locura de amor que siente la Trinidad por su criatura: el hombre.

La fe cristiana es pascual: muerte y resurrección. No se pueden separar. Convertir el cristianismo en la muerte de Cristo como un sacrificio desvinculado de la resurrección y de la entrega amorosa del Dios trino es un error en el que caen muchos; pero reducirlo a la resurrección y que la muerte es tan solo un accidente es otra equivocación no menor. Lo lamento el Cristianismo es profundísimo y a veces resulta paradójico, lo es la misma persona de Cristo con sus dos naturalezas, incompatibles en sí mismas pero que no se anulan la una a la otra: verdadero Dios y verdadero hombre. ¡Explíquenme esto!. En el fondo todas la herejías tanto en el dogma como en la liturgia caen en lo mismo, en negar uno de los aspectos contradictorios que tiene Cristo: o su humanidad o su divinidad, o su muerte o su resurrección, o la dimensión sacrificial o el alegre banquete de comunión y ágape, su justicia o su misericordia. Jesucristo hace que, estas realidades aparentemente contradictorias, sean complementarias y, es precisamente, esta la novedad de nuestra fe que no tiene nada que ver con ninguna religión. Por eso se hace necesario admitirla en su totalidad.

Tenemos un peligro de rechazar aquello del cristianismo que no podemos comprender bien porque, en unos casos, nos parezca muy duro o, en otros, demasiado fácil y sencillo. Si el cristianismo no se coge completo deja de serlo esencialmente, se convierte en otra cosa: religiosidad o humanismo; estoicismo o romanticismo; etc. Ya sabemos que necesitamos dar explicaciones a algo que nos supera, que es el misterio de Jesucristo, pero las aclaraciones e interpretaciones personales no son el camino, el camino es dejarnos conducir por Él. Él y su Iglesia son uno.

Para compensar el tiempo de descanso que viene: hoy dos entradas. ¡Ahí es nada!.

3 comentarios:

José Anido dijo...

Querido Último:

Me temo que no soy un temible heresiarca, ni siquiera un pequeño hereje, me considero, con un montón inmenso de defectos, un hijo de la Iglesia Católica. Con esto quiero decir que, más allá del cumplimiento que mis fuerzas permitan, admito el magisterio de la Iglesia, faltaría más. Lo cual no quiere decir que, dentro de él y siempre abierto a la corrección fraterna, no se pueda debatir ciertos puntos.

Ruego me perdones el no contestarte aquí más ampliamente, lo hago en mi blog, me es más cómodo. Si no te parece bien y presieres que te conteste aquí, hazmelo saber y no tendría ningún inconveniente.

Anónimo dijo...

Pequeña puntualización de un lego en la materia.

¿No deberías decir catolicismo cuando hablas de cristianismo? Porque hasta donde yo sé del tema los únicos que se dirigen a la Iglesia Católica como referencia al dogma son los católicos, cristianismo serian más cosas también que quizá no comulguen completamente con tus postulados.

Lo que es herejía para ti será dogma para ellos, y viceversa.

webmaster dijo...

" La Ignorancia es atrevida..."

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