viernes, 27 de abril de 2007

Los distintos tipos de familia en la edad moderna

Resulta que al gobierno socialista de España le ha dado por iniciar una campaña de catequesis progres en los colegios. Para ello quiere que en todos los centros educativos se imparta una nueva asignatura denominada “Educación para la Ciudadanía”. Disciplina cuyo temario decidirán ellos basándose en su principios morales – ¡ya!, lo sé, la contradicción es solo una ironía -. Con un proselitismo fanático del peor estilo pues arroga al Estado la capacidad de imponer una doctrina soslayando la voluntad de los únicos sujetos responsables y decisorios de la educación de los chicos que son los padres, pretenden adoctrinar a nuestros hijos en la cosmovisión del pensamiento único: relativismo (moral y racional), cultura de la muerte y hedonismo. Es decir, el suicidio intelectual de nuestra sociedad. Es la consecuencia de varios siglos tratando de quitar a Dios de la vida pública y que culminará con la autoinmolación del hombre en el ara del antropocentrismo.

El caso es que – ¡cómo no iba a ser de otra manera! – en esta asignatura se va a enseñar que existen distintos tipos de familia. Este nuevo, grotesco y disparatado aforismo no es más que una cobertura, una coartada, para contentar al insaciable grupo de presión homosexual y aceptar que una pareja del mismo sexo pueda ser considerada matrimonio y, por tanto, familia.

Lo más triste de todo es que este absurdo es reclamado por estos grupos, no porque estén interesados en casarse, ni mucho menos, sino por mero capricho. Es imprescindible conocer a las personas con las que tratamos para entender sus necesidades. A este respecto, recomiendo para el que quiera adquirir algo de conocimiento sensato y con rigor sobre este asunto que lea el maravilloso libro del doctor de Psicología de la universidad de Ámsterdam Gerard J.M. van der Aardweg “Homosexualidad y esperanza”. Siguiendo su tesis, basada en varios estudios de diferentes profesionales serios, una de las causas más habituales de este trastorno es el complejo de inferioridad; en consecuencia, una persona aquejada de esta alteración tendrá unas ansias infinitas de autoafirmación. Además, añado yo, este problema se acentúa con el sentimiento de culpa, que consciente e inconscientemente les azota, porque todo hombre sabe perfectamente qué está bien y qué está mal aunque no lo reconozca. El resultado es la necesidad irrefrenable y compulsiva de que todo el mundo les diga que tienen razón, que lo suyo es normal, que está bien. Esta necesidad es y será insaciable y con tendencia a crecer exponencialmente hasta el paroxismo. Por eso exigen matrimonio, aunque sea un esperpento, ni siquiera les vale una ley de parejas de hecho – con la que también estoy en contra pero no me quiero desviarme del tema – sino que demandan el matrimonio, la adopción de hijos y lo que sea; aunque les importe un bledo – las cifras cantan – porque lo que realmente desean es que se les de la razón como a los niños.

Esto es solo el principio. El tema gay está siendo utilizado por la izquierda porque necesitan causas para proseguir con su esquema desgastado. La alianza es clara: la insatisfacción existencial con el método de utilizar el enfrentamiento y la reivindicación como eje de construcción de la sociedad y consecución del poder.

jueves, 26 de abril de 2007

Eso, eso: ¿a quién votar?

La reflexión del Embajador del Infierno en su más que recomendable blog al respecto de mi pregunta sobre a quién debemos votar los católicos me hace pensar de nuevo.

He de confesar que fluctúo irremediablemente entre la posición que defiende él y la del mal menor. A favor de la primera hay una razón impecable que es la coherencia; de la segunda, por contra, la búsqueda de una ralentización, ya que la atenuación parece quimera, de este proceso inexorable hacia el derrumbe de la llamada civilización judeo-cristiana.

Es algo sobre lo que he cavilado largamente y, también, he departido con próximos cultivados. Francamente no acabo de definirme. Es verdad, la primera me parece la correcta, pero por mucho que comparta los argumentos a favor no se me quita el resabio de que votar a uno de estos partidos, digamos testimoniales, es una acción inútil. Por otro lado, votar al mal menor se me antoja una contravención. ¿Qué hacer?

Lo reconozco, estoy en duda.

He de confesar que no me gustan mucho los partidos políticos que se definen como católicos, porque tal y como reza el chiste “la política es tan nociva que hasta lo mejor que hay en este mundo que es una madre lo convierte en algo malo cuando es madre política”. Me da mucho miedo que un partido se autoproclame católico. La única que puede ostentar ese nombre es la Iglesia porque cuenta con la ayuda incondicional del Espíritu Santo; pero un partido que no tiene esa garantía y que lo quiera o no lucha por el poder, aun con la más altruista intención de servicio, me parece que es muy peligroso para el buen nombre de nuestra fe.

No obstante, lo que me gusta y mucho, es la participación de los católicos en política, pero en diversos partidos y no para seguir sus dictados mundanos sino para transformarlos, defendiendo con bizarría los valores morales, en organizaciones que busquen sinceramente el bien común.

Y lo que más me gusta de todo es la visión de un sistema donde la ley natural no sea parte de la lucha política sino que constituya el cuerpo y el espíritu de su ley fundamental. Por tanto, abogo por el cambio de régimen, por el cambio de constitución, para que a los correctos valores de libertad y justicia se les añada otros superiores como la defensa de la vida, desde su concepción hasta su fin natural, la promoción de la familia (la de verdad: un hombre y una mujer, unidos hasta que la muerte los separe, con sus hijos) y su reconocimiento como célula de la sociedad y anterior, por tanto, al estado.

¡Hablaba yo de quimera referida a los partidos testimoniales! y lo mío, ¿qué es?: ¡Ensoñación pueril!. Sigo con la duda, pero hay algo en lo que no vacilo: el convencimiento de que la única regeneración de la humanidad viene por la evangelización basada en las palabras y los testimonios, incluido el martirio cuando fuera menester, de los cristianos en medio del mundo. Esa es nuestra tarea.

jueves, 19 de abril de 2007

¿A quién debemos votar los católicos?

Adelanto, para que nadie se llame a engaño, que no voy a contestar de forma concreta a esta pregunta. Es tan solo una reflexión al leer la entrevista de la ínclita líder de la derecha liberal española y candidata a presidenta de la Comunidad de Madrid por el PP Esperanza Aguirre al diario español El Mundo.

Pues no va y dice la buena señora que también saldría en pelotas en una revista pero que ya no tiene la belleza para hacerlo. Esto lo dice para defender a una concejala de un pueblo andaluz, cuyos oriundos son los protagonistas de una las más célebres familias de chistes españoles, que posó desnuda para la portada de una revista local. Además, para terminar la faena, añade que, como liberal, defiende los derechos de los homosexuales, entre los que están muchos de sus mejores amigos.

Pues yo, que también soy algo liberal, le digo que, como “la verdad os hará libres” – según dijo el Señor -, voy a decírsela para que así alcancemos la libertad.

Para empezar, una de las peores enfermedades sociales que sufrimos es la proliferación de la pornografía. Esta, en mayor o menor grado, se encuentra en todos los programas de televisión, anuncios, revistas de todo tipo, no solo las del género, etc. Lo cual provoca la cosificación, principalmente, de la mujer, la vanalización de la sexualidad y el desajuste, por exceso e incluso por defecto, de la libido. Aunque existen otras causas que se pueden añadir, las consecuencias directas de esto son: el maltrato a las féminas, la crisis del matrimonio y por ende de la familia, la falta de amor y de compromiso entre las parejas, singularmente de jóvenes, la profunda insatisfacción, las conductas inmorales y los trastornos en el terreno sexual que, como nunca antes había ocurrido, azotan a multitud de personas. Sin olvidarnos de la depravación. La gente se pregunta: ¿cómo hay estas aberraciones?. Sin embargo, yo me pregunto: ¿Con la carga sexual con la que se nos bombardea sin descanso cómo no hay más?. Porque ya me dirán ustedes de qué forma se defiende un pobre señor que tenga una vida gris y esté viendo constantemente chicas estupendas que se le insinúan con las que nunca podrá tener relaciones y que recibe incansablemente el patrañero mensaje de que lo más importante en la vida y lo único que nos hará felices es fornicar y, además, si no lo haces serás un frustrado. Esto hará que cada día se aleje más de su realidad y viva una ensoñación que le deprimirá y, en el peor de los casos, le pervertirá. Pues la verdad es otra, no solo se puede vivir sin fornicar sino que ese pecado destruye el alma llevándonos a la insatisfacción vital más profunda. La felicidad está en amar. Tal vez no podamos por nosotros mismos pero sí con la ayuda de Dios. Si, por el contrario, este hombre está engañado y busca la realización en los pecados sexuales se perderá sin saber que podía pedir ayuda.

Por otro lado, los homosexuales. ¡Qué derechos de los homosexuales y qué puñetas!. Los homosexuales no tienen ningún derecho, como no lo tienen ni los borrachos, ni los futbolistas, ni los que visten azul, ni los ludópatas, ni los cinéfilos. Las personas son las que tienen los derechos. Porque, díganme, qué derechos: ¿casarse?, ya lo tienen, como yo: un hombre y una mujer; lo contrario no es matrimonio, es un abominio. La homosexualidad es un grave desorden y practicarla un pecado y una aberración. Pero esta tiene solución: se puede dejar de tener una tendencia homosexual – porque no se es homosexual, tan solo, se padece esa tendencia errónea - bien por vías psicológicas, bien con la ayuda de la gracia. Esto sí que es un derecho, saber que sufro un mal y dónde está la curación.

¡Cómo está el patio de la derecha! y votar para un católico a las opciones de izquierda en España es imposible . También hay partidos muy pequeños de cariz católico o al menos defensores de la vida, pero que no sacan ni la mínima representación, por mucho que lo queramos disfrazar es tirar el voto: Ya me dirán ustedes que hacemos…

miércoles, 18 de abril de 2007

Hay que bajar a los pobres de la cruz

Pido primero disculpas, especialmente a mis lectores asiduos, por los días que llevo sin escribir. He tenido una razón muy poderosa y es que por motivos laborales me he tenido que desplazar a mi querida tierra americana, desde donde escribo. En concreto, en estos momentos, me encuentro en Brasil.

Desde Sudamérica, donde tantas veces me ha tocada venir, se pueden advertir muchas cosas con más claridad que desde la enferma Europa.

Cuando estás aquí y conoces a la gente te das perfecta cuenta de que una de la mayores causas, sino la principal, de la pobreza de un país es la inmoralidad. De esto no hablan los economistas. Algunos se sorprenderán de esta afirmación, singularmente los que no han salido de un país del primer mundo. Sin embargo, Brasil es un ejemplo palmario de esto. Aquí, que más que un país es un pequeño continente, abundan los recursos naturales, existe un pujante sector industrial, hay una excelente capacitación en buena parte de la población y cuenta con un tejido bancario no desdeñable. Pero, hay muchos pobres. ¿Porqué?. Insito en lo dicho: la inmoralidad. Por un lado, en la clases dominantes, por la gran corrupción y el exceso de populismo – hasta aquí, creo, todos de acuerdo -; sin embargo, también en la clases no pudientes, donde el valor de la familia es más que discutible. En los niveles más pobres, el padre, raramente, cumple con sus obligaciones y se sacrifica para ver prosperar a sus hijos. El vicio es una tentación irresistible; se vive la inmediatez del momento. No se adoptan decisiones a medio plazo aun cuando los beneficios esperados lo justifiquen. Por no hablar de los graves pecados de alcohol, abusos y violencia en el interior de la casa.

Por el contrario cuando te relacionas con grupos de cristianos – de los de verdad, los que son fieles a Roma, vaya - te sorprendes de ver la dignidad con la que viven y con muchos hijos. En ellos se aprecia la precariedad y la limitación de recursos que no se da en Europa, donde el nivel económico es muy grande, tanto que sobra casi de todo; pero, en ellos, no se advierte ningún signo de miseria, todo lo contrario. Trabajan, sacan adelante sus familias, sus hijos prosperan, están felices y no pasan hambre; algunas días no hay nada que echar a la boca pero, con un poco de superación y un mucho de providencia divina, al día siguiente sí. No dedican esfuerzos a protestar sino a querer y educar a sus hijos y a trabajar sin hacer de la profesión una meta de vida sino un medio para vivir. Esta urdimbre que tejen estos grupos y comunidades de cristianos es la que hace que una sociedad prospere poco a poco y, en consecuencia, salga de la indigencia.

Y la clave es el amor. Pero no cualquier clase de amor sino el que han aprendido de Cristo, subidos con Él en la cruz; renunciando a sus apetencia inmediatas por amor a sus cónyuges, hijos y vecinos. La salvación viene de la cruz. Pues bien, los ignorantes y en algunos casos malintencionados, aunque siempre panzudos vividores de esa mema quimera, teólogos de la liberación dicen que hay que bajar a los pobres de la cruz. ¡Qué se baje el que quiera!. Yo, con la ayuda de Dios, deseo subirme.

Por último, ya sabemos que a las organizaciones internacionales lo único que se les ocurre es erradicar a los pobres evitando que se reproduzcan. Es normal, ellos no tienen el océano de optimismo y esperanza que la experiencia de Cristo Resucitado ha dado a su Iglesia. Si así fuera entenderían que cuando un hombre es evangelizado, tal vez disponga de un bajo nivel económico, pero deja de ser lo que técnicamente llamamos pobre. En la blogosfera se comenta que los payasitos de la parroquia roja de Madrid dicen que ellos no tienen pobres pidiendo a la puerta sino que los tienen dentro de la parroquia, siendo protagonistas. Esto es una estupidez. Lo importante es que el que entre dentro de la parroquia se haga cristiano y, lo que yo he visto y conozco miles de casos, dejará de ser indigente. Es más, ayudará, incluso, a otros a dejar de serlo.

viernes, 13 de abril de 2007

Las religiones son la causa de la guerras

El diálogo podría ser tal cual:

- Las religiones son la causa de la mayor parte de las guerras – dice el detractor.

- ¡Hombre! Al menos excluirás al cristianismo – le contesta el defensor -, yo no he visto nunca a un cristiano inmolarse con un cinturón de explosivos para matar a un montón de inocentes.

- Ya – añade burlonamente el primero -, en la edad media no existían las bombas.

Silencio

- Esto ya lo hemos hablado otras veces – continúa el detractor – todas las religiones, incluido el cristianismo, tienen un algo de creencia en la divinidad que las hace incompatibles con la razón.

Más silencio. El defensor piensa: quizás, visto de esta forma, tiene parte de razón.



Esto lo hemos vivido de una u otra forma en infinidad de ocasiones. Ayer lo volví a oír en la radio española Onda Cero y el detractor era el polémico periodista español Arcadi Espada.

Me he decidido a escribir esta entrada por dos motivos: el primero porque es falso lo dicho y el segundo porque si bien una posición exclusivamente apologética no es lo más eficaz no es menos cierto que renunciar totalmente de partida a ella llega a ser muy perjudicial.

Para empezar es totalmente falso que la religión sea la mayor causante de conflictos. Esto es un análisis pueril y frívolo. El causante de las guerra es el orgullo del hombre y su codicia que le hace luchar por mantener a toda costa lo que tiene o arrebatar lo que su prójimo posee. Si un gobernante cae en la cuenta de que con la religión puede dominar a su pueblo o conquistar a otro vecino la utilizará como pretexto, pero, en el fondo, lo que subyace es su codicia. Pero no solo utilizará la religión sino también el territorio, el dinero, los recursos naturales, la población o cualquier otro bien que le permita detentar mayor poder. Por supuesto, esto no solo sucede a nivel de los jerarcas sino hasta con el pobre que pide en la puerta de una iglesia, que se matará por conservar el lugar donde limosnea. En resumidas cuentas, esto es como decir que si la razón del sempiterno conflicto entre judíos y palestinos es el control de la escasa agua de la zona – que es una de la principales – lo que hay que hacer es quitar las fuentes del Hermón porque, ¡claro!, el agua es muy mala: es el motivo de la cruenta disputa. O como pensar que la causa de tantos accidentes de tráfico son los coches y que, por consiguiente, dado que el automóvil es diabólico hay que borrarlo del mapa y todo el mundo a andar en burro. No se crean que es broma, en el fondo, si los aburridísimos ecologistas no lo dicen explícitamente, al menos, de sus majaderías sí que se infiere. Efectivamente la causa de las guerras son las ansias de poder que nacen del corazón del hombre. Todos podemos apreciar que, lejos de lo que parecería lógico a priori, cuanto más se tiene más se quiere.

Por otro lado, además, el cristianismo es radicalmente diferente al resto de las religiones, entre otras cosas por que no es una religión en sentido propio – esto, por no desviarnos de la cuestión, no lo trataré hoy -. Me gustaría comentar una serie de aclaraciones a este respecto:

- En el fundamento de la vida cristiana está, no solo el respeto a los adversarios, ni el aceptar a los contrarios, ¡no!, está el amor – sí, amor – a los enemigos. Esto no es una peculiaridad; esto es, la esencia del cristianismo.

- Las vidas de personas ejemplares que siempre ha puesto la Iglesia en toda – y repito: toda - su historia, es decir los santos, se han caracterizado por su amor a Dios y a los hombres. Nunca ha sido canonizado nadie por defender militarmente a la Iglesia. Tal vez se le alaben sus servicios o se loen sus proezas en un libro de historia eclesiástica; pero ninguno de ellos ha sido canonizado por tales cosas sino por el amor a Dios y a los hombres; especialmente, a sus enemigos.

- Los mártires de la Iglesia son aquellos que se dejan matar, sin defenderse, amando y perdonando a sus verdugos. Los que han muerto en combate, aunque fuera de forma heroica y plausible, no son mártires.

- La Iglesia ha vivido tanto cerca del poder como perseguida por él en distintas épocas y lugares. Ha sabido mantener la misma fe en toda circunstancia. En consecuencia, su fe y su moral no necesitan del poder.

- En los momentos que la Iglesia ha vivido cerca del poder; por supuesto que se ha utilizado de la fuerza para imponer el imperio de la ley. Como ocurre ahora con las democracias, faltaría más. O es que no se usa hoy la fuerza para evitar los delitos, cobrar impuestos o defender la patria de un agresor exterior. Pero las autoridades, de aquellas épocas y lugares donde se confundían la Iglesia con el Estado, usaban de las legítimas herramientas para mantener el orden y la defensa, no cayendo en la barbarie sino ajustándose a la ley y al derecho de la época. Usando formas similares a otras culturas civilizadas coetáneas. Si acaso con un poco más de compasión. Es que olvidamos que en esos momentos las autoridades eclesiásticas compartían atribuciones de la cosa pública y como tales se las debe juzgar.

- La vida de Jesucristo, su maestro y cabeza: sin mayores comentarios al respecto.

Lo que quiero decir es que del resto de las religiones no se pueden decir todas estas cosas. En el mejor de los casos solo alguna de ellas le son aplicables y a otras muchas religiones lo que se les puede atribuir es todo lo contrario.

Mi admirado Vittorio Messori en el prólogo de su libro “Las leyendas negras de la Iglesia Católica” me dio una pista sobre el grave peligro que tenemos los católicos que de pensar que ahora la Iglesia es como Dios manda y que antes cometía alguna que otra tropelía. Esto es una oportunidad para que el tentador nos pregunte: si ayer no la inspiraba el Espíritu Santo, ¿porqué hoy sí?. Por eso, los católicos, estamos obligados a conocer nuestra historia y a discriminar la verdad. Porque es mentira la mayoría de los ataques recibidos. Por tanto debemos formarnos y aprender nuestra historia como fue y no como se han empeñado en transmitírnosla. Especial obstinación de desinformación, desde la Reforma, han tenido nuestros erradísimos compañeros de creencia en Cristo protestantes. Nunca oigo mayor facundia ignorante como cuando escucho a un protestante de a pie hablar sobre la Iglesia Católica.

Por cierto, lo digo por algún comentario, el catolicismo es cristianismo, católico no es más que una apelativo que significa universal para indicar que comprende a todos. Es verdad que el nombre de cristiano lo mantienen lo que se separaron, pero siempre con algún otro vocablo que los identifique. Es como le de la Coca-Cola light frente a la Coca-Cola, para entendernos. O sea que no creo que haya nadie con más derecho para llamarse cristiano que los fieles de la Iglesia Católica que llevan dos mil años denominándose así desde que acuñaron el término; bueno, ya lo se, los que protestan también pueden usarlo. Con el mayor respeto y cariño ecuménico, pero diciendo también las cosas claras.

miércoles, 11 de abril de 2007

A evangelizar China

Me impresiona muchísimo ver la situación de nuestros hermanos chinos. No tanto de su sufrimiento, que por supuesto también, sino del arrojo con el que defienden su fe.

Allí no hay ni grotescos curas rojos, ni refritos litúrgicos, ni mediocres fieles que toleran el aborto y otras atrocidades, ni vacuas teologías marxistoides o retrógradas. No, me temo que allí no hay tiempo que perder en sandeces. Ellos se dedican a vivir y a expandir el Evangelio genuinamente.

Ya lo tenía claro San Ignacio de Loyola cuando en su lecho de muerte tan solo pedía a Dios para su orden una sola cosa: persecución. En efecto, cuando la Iglesia es atacada se refugia en su infalible valedor y entonces brilla triunfante como nunca.

No me cabe la menor duda que, como siempre se ha dicho, la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. En China, desde luego, se está derramando sangre tanto en el sentido literal como en el simbólico de todos los sufrimiento a los que nuestros hermanos se ven sometidos.

Al igual que en Occidente, donde el poder y el pensamiento único tratan de ganar a la Iglesia para su causa intentándola llenar de sus fatuas ideas, en China, el gobierno, directamente, ha segregado de la Iglesia la suya particular. De esta forma puede hacer y deshacer a su antojo. Sin embargo, queda un grupo cada vez más numeroso que no se deja seducir por la vigente corriente de pensamiento y que conocen de primera mano, no como los intelectualillos de las zonas democráticas, cuáles son los efectos devastadores de las utopías.

Recemos por los cristianos de China; y, por qué no, hagamos silencio para escuchar si Dios no nos estará llamando a algunos de nosotros a ir con ellos para compartir la maravillosa tarea de difundir el Evangelio por todo su país. Bueno, bueno, ¡No hay que ser tremendista! ¡qué nos jugamos la vida!; no, ya. ¿Qué dijo san Francisco Javier, san Gregorio Crassi, san Juan Triora, san Juan de Brito, santa María Herminia u otros tantos ante esa opción? Efectivamente, la Iglesia no se ha extendido gracias a los esfuerzos de remilgados teólogos de laboratorio.

martes, 10 de abril de 2007

¡Cómo anda parte del clero!: Ahora un cura de derechas

Me entristece la noticia de que el párroco de la localidad malagueña de Cómpeta ha decidido presentarse como candidato a alcalde de esa misma ciudad.

Sinceramente, que un presbítero renuncie a ejercer su vocación – que no a su ordenación, matizo, cuyo carácter es indeleble – me parece incomprensible. Jesucristo lo llamó para al ministerio apostólico, aunque por subordinación, para la misión más grande que se pueda concebir que no es sino la que el mismo Cristo confió a sus apóstoles y este señor, Jose Luis Torres, decide que debe ser más importante servir a sus conciudadanos como alcalde. Es patético.

Despreciar la vocación de trabajar en la viña del Señor en aras de una labor política yo me atrevería de calificarlo si no de idolatría al menos de estupidez. Dejarse deslumbrar por una gloria pasajera cuando el Señor ha abierto ante uno un proyecto de santidad es ceguera. Se imaginan que San Pablo, mucho más preparado para la cosa pública que esta persona, hubiera renunciado a la evangelización por un puestecillo en la administración romana; pero, para gobernar cristianamente, ¡eh!, no se crean.

De todas formas para mí hay algo más grave: Que un cura apueste por un partido político, en este caso el conservador, de centro o de derechas – cada cual lo define de una manera distinta -; es decir el partido popular de España (PP), hace que, se quiera o no, la gente lo identifique con la Iglesia. Cosa que es muy insana ya que la Iglesia no tiene más afiliación política que el evangelio y colabora de forma puntual y nunca incondicional con todo el que la ayude, sea partido o sea lo que sea, en la consecución del objetivo único que tiene, que es llevar a los hombres a la salvación que Jesucristo nos ha ganado.

Por último, este hombre se ha granjeado el cariño de sus paisanos gracias a su cargo de párroco con lo que ha utilizado la Iglesia y la misión sacerdotal para un beneficio propio o lo, que es peor, partidista e ideológico.

El clero anda revuelto: o los payasos de la mal llamada iglesia roja o este aprendiz de político de derechas. El caso es que hay curas, cada vez menos gracias a Dios, que no se dedican a lo que tienen que hacer. Y están todos ellos muy equivocados pues no hay mejor servicio que puedan realizar por las personas que el ser curas santos. Afortunadamente nuestros obispos nos defienden de ellos cada vez con más valor.

Insisto la Iglesia que no es de izquierdas ni derechas sino del evangelio tiene que sufrir ataques desde dentro, desde fuera e intentos de domesticarla.

Lo de este cura, que quieren que les diga, me parece mal, muy mal. Ojalá pierda las elecciones; pero, que tampoco las gane la izquierda.

lunes, 9 de abril de 2007

¡Cristo ha resucitado!

Qué día tan maravilloso; tanto, que dura toda una octava; tanto, que se celebra durante cincuenta días.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. ¡Aleluya!.

Nada podríamos escribir que no sea gritar a los cuatro vientos la gran noticia de la resurrección de Jesucristo. Él era un hombre como nosotros y ofreció su vida por todos sus congéneres y Dios lo resucitó y lo ha constituido Señor de vivos y muertos. Sin embargo, también Él es Dios, el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad que se encarnó para cumplir la misión de redimirnos. Tan inmensa y tan santa es esta alegría que no podemos perturbarla con nada. Pasaremos la cincuentena sin alterar nuestro gozo por ninguna vicisitud aunque el mundo siga por su trágica senda.

Con su resurrección Él nos ha ganado la Vida Eterna en este mundo – ya y aquí -, la liberación de todas nuestras esclavitudes espirituales y materiales, la superación de todos nuestros complejos psicológicos, el alivio de todas las angustias de la vida, la curación de nuestras enfermedades. Toda lágrima, miedo, culpa y preocupación tienen en su asombrosa resurrección el remedio definitivo. En ella se encuentra toda la realización personal que ni soñar lográramos, toda la felicidad que ni imaginar consiguiéramos y la plena satisfacción de toda ansia e ilusión que en esta vida tengamos.

Con la muerte y resurrección de Jesucristo hemos obtenido también el definitivo perdón de los pecados y al acceso a los tesoros de la gracia.

Su resurrección de la muerte tiene el poder de transformarnos y convertir la nuestra en una vida de santidad, lo cual es imposible a nuestra naturaleza, puesto que por su Pascua, Jesucristo nos ha ganado el don del Espíritu Santo.

Además, con su resurrección se nos han abierto de par en par las puertas del Paraíso. Las almas de los justos desde el momento de su muerte disfrutarán de la visión beatífica en el cielo.

Pero, todavía hay algo más, y este capítulo es el más desconocido de nuestra fe, por incluso los mismos creyentes, que cada día lamentablemente adolecen más de la debida iniciación cristiana, se trata de la resurrección de nuestra carne.

Sí, nuestro cuerpo, este que vemos en el espejo, con nuestra cara y nuestras manos, con el que nos expresamos, que conforma con el alma todo nuestro ser, también saldrá de la tumba. ¿Cómo has dicho? – dirá alguno – Sí, eso he dicho, que nuestro cuerpo serrano participará de la vida inmortal, saldrá del nicho a la vida. ¿Cómo?, se preguntarán, esta cuestión se ha formulado en cada generación, si ya no quedarán ni cenizas de muchos. La respuesta es: transformado; pero, ¿en qué?: Jesucristo resucitado nos da una idea. Dos características sobre Cristo Resucitado: Por un lado, la tumba estaba vacía, se le podía ver y tocar e, incluso, comió con ellos en el lago Tiberíades y por otro lado, atravesaba puertas y no estaba sujeto al tiempo y al espacio. Lo dejo para la reflexión… Ya se que en este punto muchos fieles están en herejía práctica porque creer esto es extraordinario. Jesucristo es impresionante no se parece en nada a ninguna religión. Creer que el alma es inmortal no es difícil, casi podríamos llegar a un acuerdo con muchas religiones y muchas personas agnósticas en este punto, pero que el cuerpo resucite: ¡eso es de locos!. Ya San Agustín comentaba que lo más difícil de predicar del cristianismo, allá en Cartago, era esto de la resurrección del cuerpo, que lo de la inmortalidad del alma, vaya, más o menos, todos lo llegaban a admitir, pero que el cuerpo débil, concupiscente y corruptible fuera heredero al igual que el alma de la vida perdurable era locura; sin embargo, si uno lo piensa es alucinante, la temida muerte vencida completamente en todos sus aspectos; ¡Sí! esa es la gran noticia del cristianismo. Como la gente no ha conocido esta impresionante nueva buscan estúpidos sucedáneos como la reencarnación, la exaltación maniquea del espíritu frente al cuerpo, etc. Por eso los cristianos cuidamos del cuerpo tanto en la vida, preservándolo del pecado, singularmente de los sexuales y en la muerte con las exequias y, por ello, no incineramos a nuestros difuntos, entre otras cosas.

En conclusión: La resurrección de Jesucristo ha destruido totalmente la muerte: en el orden corporal, en el orden psicológico y en el orden espiritual: es la salvación integral del ser humano. La gran noticia que espera la humanidad. Es el cielo en la tierra y la tierra en el cielo.

Repito, hoy, no puedo decir otra cosa que transmitir esta alegría pascual grande, placentera, desbordante, dulce y que sabe, es así, a eternidad.

¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado.

jueves, 5 de abril de 2007

Feliz Santo Triduo Pascual


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Seguiremos publicando tras la Semana Santa

miércoles, 4 de abril de 2007

El valor redentor de la muerte de Cristo

En estos días que comenzamos a celebrar el santo triduo de nuestro Señor; esto es, su pasión y muerte, sepultura y resurrección, me he decidido comentar la afirmación que nuestro compañero de blogosfera de la Luna de Endor hizo sobre la muerte de Cristo. Según él, esta no tendría un valor salvífico primario sino condicionado a su resurrección.

El contenido de su entrada se puede prestar a muchas lecturas porque, aunque de un modo incorrecto, pretende decir algo que es verdad y es que toda nuestra fe se sustenta en la resurrección de Jesucristo, lo dice San Pablo, vana sería nuestra fe si Cristo no hubiera resucitado; sin embargo, se pueden extraer conclusiones incorrectas respecto a la muerte del Señor y su verdadera significación. Cuanto menos lo que ahí se expresa si no es del todo falso sí es muy incompleto. Y no se trata de un mero artículo de un blog perdido sino que está influenciado por una interpretación teológica bastante difundida que pone en entredicho el valor sacrificial de la muerte de Cristo y que, por tanto, desencadena unas consecuencias, sin ir más lejos, de orden práctico, con una lectura no muy ajustada al sentir católico respecto el cierto valor redentor del dolor en la vida humana. Sobre esto quiero decir que las más peligrosas herejías no son las claramente contrarias al dogma sino que son aquellas que se alejan o muy poco o tan solo en unos mínimos aspectos; la defensa contra las primeras es evidente, mas no así frente a estas últimas, ya que se precisa de una gran sensibilidad teológica y, además, sus promotores, amparándose en la ambigüedad de las mismas, son muy recalcitrantes tratando de imponerse y distorsionar, de esta forma, la verdad del Evangelio.

Lo primero que quisiera decir es que el misterio pascual es un todo indisoluble: muerte y resurrección. El término Pascua procede del hebreo Pesaj que significa pasar por encima. Es preciso que haya dos situaciones distintitas para se pueda pasar de una a otra.

Pero si nos empeñamos en considerar la muerte y la resurrección de Jesucristo por separado, como análisis teológico, para así ponderar cada una de ellas, tenemos que hacer una reflexión previa: Esto es materia de fe, ¿no?. En consecuencia, la forma de adquirir conocimiento cierto en una cuestión de fe es dirigirnos al magisterio de la Iglesia Católica.

Insisto, y no me cansaré de hacerlo, que la depositaria de la fe es la Iglesia Católica y que la ha transmitido de generación en generación tal cual la recibió de los apóstoles sin alterarla. Aunque la fe, por supuesto, exige una experiencia personal, pues no es un sistema de valores o de conocimientos que se transmite sino que es el encuentro con una persona que es Cristo resucitado, esta no es diferente e independiente para cada individuo sino que es la respuesta a la única revelación que Dios ha hecho de sí mismo, de forma singular y definitiva, en el Verbo Encarnado y, en consecuencia, es común a tantas personas, entre ellas muchos santos, que nos han precedido. Además, en resumidas cuentas, la Iglesia no es más que la comunión de personas que han tenido la misma experiencia. El contenido de esta revelación única, creemos los católicos, procede de dos fuentes que son la Escritura y la tradición. Estas son interpretadas y explicadas por lo que se llama el magisterio de la Iglesia. Por tanto, para aclarar cualquier tema de fe hay que ir al magisterio y dejarnos de ingeniosas disquisiciones que serán infructuosas en este terreno. Todos tenemos opiniones y capacidades para elucubrar, yo el primero; pero debemos usar la humildad – en el caso de los teólogos es una demanda imperiosa – para tratar estos temas que nos superan e ir, por consiguiente, a las fuentes, donde beberemos las aguas límpidas de la verdad y de la comunión. Con la soberbia de nuestra inteligencia – muy buena para la tareas humanas – mancharemos la sublimidad de la fe. Pues nada, vamos al magisterio para aclarar algunos errores, implícitos y explícitos, que se encierran tras el comentario de nuestro amigo endoriano. Me basaré en el artículo Jesús murió crucificado del catecismo de la Iglesia Católica porque estimo es el compendio del magisterio, aunando Escritura y Tradición, más adecuado para abordar este tema:

1.- La muerte de Cristo no es fruto de la casualidad o del devenir de unos acontecimientos fortuitos sin más, ni tan poco es solo la consecuencia de una vida de entrega, sino que es fruto del previo designio de Dios con la finalidad redentora del género humano:
599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (ibidem: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).

2.- La muerte de Cristo es indudablemente el sacrificio único y definitivo para remisión de los pecados de toda la humanidad.
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
619 "Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras"(1 Co 15, 3).
621 Jesús se ofreció libremente por nuestra salvación. Este don lo significa y lo realiza por anticipado durante la última cena: "Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19).
622 La redención de Cristo consiste en que él "ha venido a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28), es decir "a amar a los suyos hasta el extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen "rescatados de la conducta necia heredada de sus padres" (1 P 1, 18).
623 Por su obediencia amorosa a su Padre, "hasta la muerte de cruz" (Flp 2, 8) Jesús cumplió la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que "justifica a muchos cargando con las culpas de ellos". (Is 53, 11; cf. Rm 5, 19).

3.- Sobre la objeción de algunos teólogos, para negar el profundo y misterioso valor de su pasión y muerte, afirmando que esto sería admitir la existencia de un dios cruel sediento de sangre que se calma con la tortura de su hijo, diremos que afirmar eso es absolutamente descabellado, a parte que indica una mentalidad procedente de la carne (o sea humana, psicológica, de este mundo) y no de la fe, pues es el Padre el que nos entrega gratuitamente a su Hijo por amor. Es el mayor acto de amor del Padre por la humanidad y el mayor acto de amor del Hijo al Padre y a nosotros, sometiéndose al tormento más absurdo por nuestra redención y por una sumisión total al Padre. Esto es sublime: no hay palabras para describirlo.
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
620 Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19).

Además la Iglesia siempre ha mantenido, tal y como dijo Santo Tomás de Aquino, que una sola gota de la sangre de Cristo hubiera sido suficiente para salvar a la humanidad a pesar de los enormes pecados cometidos. Pero, nuestro Señor Jesucristo, en perfecta comunión con su Padre en el Espíritu Santo, quiso donarse completamente para mostrarnos la locura de amor que siente la Trinidad por su criatura: el hombre.

La fe cristiana es pascual: muerte y resurrección. No se pueden separar. Convertir el cristianismo en la muerte de Cristo como un sacrificio desvinculado de la resurrección y de la entrega amorosa del Dios trino es un error en el que caen muchos; pero reducirlo a la resurrección y que la muerte es tan solo un accidente es otra equivocación no menor. Lo lamento el Cristianismo es profundísimo y a veces resulta paradójico, lo es la misma persona de Cristo con sus dos naturalezas, incompatibles en sí mismas pero que no se anulan la una a la otra: verdadero Dios y verdadero hombre. ¡Explíquenme esto!. En el fondo todas la herejías tanto en el dogma como en la liturgia caen en lo mismo, en negar uno de los aspectos contradictorios que tiene Cristo: o su humanidad o su divinidad, o su muerte o su resurrección, o la dimensión sacrificial o el alegre banquete de comunión y ágape, su justicia o su misericordia. Jesucristo hace que, estas realidades aparentemente contradictorias, sean complementarias y, es precisamente, esta la novedad de nuestra fe que no tiene nada que ver con ninguna religión. Por eso se hace necesario admitirla en su totalidad.

Tenemos un peligro de rechazar aquello del cristianismo que no podemos comprender bien porque, en unos casos, nos parezca muy duro o, en otros, demasiado fácil y sencillo. Si el cristianismo no se coge completo deja de serlo esencialmente, se convierte en otra cosa: religiosidad o humanismo; estoicismo o romanticismo; etc. Ya sabemos que necesitamos dar explicaciones a algo que nos supera, que es el misterio de Jesucristo, pero las aclaraciones e interpretaciones personales no son el camino, el camino es dejarnos conducir por Él. Él y su Iglesia son uno.

Para compensar el tiempo de descanso que viene: hoy dos entradas. ¡Ahí es nada!.

Algún comentario adicional sobre la parroquia de San Carlos Borromeo

Como me ha gustado mucho el comentario que nictato ha hecho a mi entrada de ayer “Cierre de la parroquia de San Carlos Borromeo” y aunque ya tenía perfilada la de hoy, añadiré esta nueva entrada para hacer algunas aclaraciones que me parecen muy relevantes, sirviéndome de las interesantes preguntas que el comentario expone.

Primero: Lamentablemente la obediencia está totalmente desacreditada no solo en la Iglesia donde es una virtud espiritual necesaria sino en la sociedad en general. Tómese como ejemplo la noticia aparecida en España ayer sobre la condena a un padre por pegar a su hija con una zapatilla. Este asunto precisa de tratarse más despacio y me comprometo a hacerlo; pero, tan solo una observación: ¿en qué lugar queda la insustituible autoridad paterna en la educación de esta adolescente y qué consecuencias acarreará?, porque la verdadera víctima es la niña, no por el zapatillazo sino porque todo un sistema judicial le da la razón a su inconsciencia, provocada por la rebeldía adolescente, que le ha llevado a denunciar públicamente a su padre. Siguiendo con la Iglesia, cuando hablo de obediencia no me refiero a la sumisión militar – imprescindible en ese ámbito - sino a libre elección de quien quiere ajustar su voluntad a la de Dios y no hacer de sí mismo una construcción personal, trasladando el modelo de cualquier carrera profesional a la causa de la perfección espiritual.

Yo no he vivido este caso en primera persona, pero por mis experiencias anteriores, te puedo asegurar la exquisita delicadeza, en mi opinión excesiva, con la que los obispos tratan a sus sacerdotes, singularmente, a aquellos más díscolos. Este tratamiento se suele agradecer con la desafección de estos hacia sus pastores. Se me hace muy difícil, pues, pensar que esta decisión no haya estado precedida de muchas advertencias y conversaciones. Además, de lo que estoy bastante convencido es de la mala intención de los tres sacerdotes en cuestión, puesto que el obispado ha tratado el problema con la máxima discreción por un amor a ellos y los fieles y, sin embargo, el asunto ha acabado, es obvio a través de quiénes, en los periódicos. Este rumor de un confidencial es bastante significativo al respecto.

Además, sobre lo de “negociar”, jamás oí esa palabra en el Evangelio referida al trato del maestro y sus discípulos y nunca vi en él que Jesús educara así a sus apóstoles. Les enseñaba, les corregía, le inculcaba pero no conozco ni una sola ocasión que negociara ni con sus apóstoles ni con sus enemigos. Tampoco tengo constancia de que ningún apóstol se declarara en rebeldía contra su maestro; ¡ah!, sí, uno.

Segundo: Hay pecados públicos que como este – nada menos que consagrar rosquillas, que sepamos - provocan el escándalo (de los más pequeños) y confusión en el pueblo cristiano, especialmente cuando procede de pastores. Estos pecados requieren una reprobación también pública, para que quede muy claro cuál es la verdad en la cuestión particular. Esto hay que hacerlo por caridad al pueblo, que siempre es más importante que los pastores, por ser más débiles y porque aquellos están al servicio de estos y no al revés.

Tercero: Nadie ha dicho que esta sea una medida definitiva. Se trata, sin duda, de una amorosa, aunque dura, oportunidad de conversión, rectificando y manifestando su error y su arrepentimiento de forma también pública. Para comprobar el grado de retractación de estas tres personas es muy indicativo otro artículo del diario progresista que, ¡oh! sorpresa, sigue con el tema. ¿Estamos ante una súbita conversión religiosa de este medio? o ¿qué es lo que persigue con tanto interés?. Por favor, que los cristianos seamos sencillos como palomas no quiere decir que seamos panolis; mas bien – alguien dijo - sagaces o prudentes como serpientes. No hagamos el caldo gordo a los que quieren eliminar a Cristo de la sociedad.

Finalmente, quiero advertir que no presupongo lo que el comentario quería decir y, desde luego, me parece que este rezuma buena fe, pero lo he utilizado para realizar una serie de puntualizaciones que estimo oportunas.

martes, 3 de abril de 2007

Cierre de la parroquia de San Carlos Borromeo

En el periódico El Pais, diario de izquierdas progresista y con una línea editorial claramente contraria a la Iglesia Católica, publican la noticia del cierre de una parroquia de un suburbio de Madrid por parte de la inquisidora jerarquía eclesiástica. Aclaro que, en España, a monseñor Rouco le tienen especial cariño porque siempre ha sido valiente en la defensa del evangelio y porque lo ven como el protector de la COPE, radio propiedad de la conferencia episcopal y enemiga de sus intereses empresariales. Sin entrar a valorar a esta radio – ya lo trataremos en un futuro -, digo esto para contextualizar la cuestión, especialmente a mis lectores de fuera de España.

No se crean que este diario, alma mater intelectual del progresismo español en general y del corpus ideológico de ZP en particular, se queda ahí. No, continúan con el tema en La iglesia 'roja' de Vallecas entrega sus llaves a los feligreses” y, prosiguen, informándonos de los apoyos recibidos por parte de las organizaciones más interesadas en cualquier asunto piadoso que conozco en "Un mazazo para la esperanza de mucha gente"; pero, hay más todavía; sí, no se crean: los parroquianos deciden la defensa numantina en “La iglesia de Entrevías planta cara a Rouco”.

Este súbito interés del periódico por los asuntos de fe me sugiere que en breve pondrán sus páginas a total disposición de los temas religiosos, que publicarán los evangelios por fascículos en su dominicales en cuaresma y regalarán rosarios a sus suscriptores en mayo. Y qué decir de IU y PSOE, comunistas y socialistas respectivamente, han debido tener un repentino y desenfrenado interés por el cristianismo en esta semana santa.

Vamos al tema, pues tiene más de calado que lo que parece a simple vista. Que estos tres sacerdotes se dediquen a los asuntos sociales no solo no es malo sino que es loable y muy cristiano. Pero que hagan las innombrables cosas, con la catequesis y la liturgia, que un diario tan anticlerical como El Pais resalta – ¡qué otras más no harán! – es inadmisible y blasfemo.

No se crean que esto es una simple payasada de este trío calavera. Detrás se esconde un profundo calado ideológico muy perjudicial que es, otra vez, la teología de la liberación. En esta estúpida doctrina se sostiene que existen dos clases sociales en la Iglesia: la opresora, que es la jerarquía y la oprimida, la de los pobres. De la lucha y segura victoria de esta última surgirá el verdadero reino de Dios: la Iglesia de los Pobres. ¿De dónde han sacado esta majadería?, se peguntarán; ¿de algún libro de la Biblia?, tal vez; ¿de algún patriarca?, ¿de alguna encíclica?: No, de Marx.

Estos tres cobardes se parapetan tras las ayudas a los marginados para poder lanzar así un mensaje contrario al cristianismo y para hacer una aberración con la liturgia. Y esto lo hacen tan solo con una finalidad: provocar a la jerarquía eclesiástica y, de este modo, llamar la atención de los enemigos de la Iglesia para ponerlos de su parte. Porque en su mentalidad está la lucha contra la jerarquía, como hemos dicho. Los demagogos; es decir los partidos políticos y medios de comunicación, hacen el resto: inoculan el mensaje ponzoñoso de “a los obispos le molestan los curas que se dedican a los pobres porque, en el fondo, la jerarquía está para sostener a los ricos en su posición de privilegio”. Cuántos santos han dedicado toda su existencia a los pobres y han sido fieles amantes de su Iglesia. Muy recientemente hemos tenido a la beata Teresa de Calcuta a la que en dedicación estos tres bufones no le llegan ni a la suela de los zapatos.

Por último, la archidiócesis de Madrid ha sacado una Nota informativa acerca de la parroquia de San Carlos Borromeo explicando lo sucedido. La solución ha sido de una sabiduría salomónica: dejan la parroquia y a estos curas para los temas de promoción social y los asuntos pastorales y sacramentales los derivan a otras parroquias anejas. Esto es como si un caballero monta un restaurante de lujo y al encargado le da por servir libros en los platos. Cuado el dueño le reclama el asunto, el asalariado le contesta que su vocación es esta. Pues nada, el dueño monta una librería y se la encarga a este señor y contrata a un buen cocinero para su restaurante. Como estos curas no quieren dedicarse a lo que son, se le deja hacer lo que quieren, pero sin engañar a los fieles que tendrán el servicio religioso que necesitan en otro sitio. Así todos contentos.

De cualquier modo, no me resisto a decirlo, desperdiciar la maravillosa vocación sacerdotal de este manera. ¡Hay que ser tonto!

lunes, 2 de abril de 2007

Sobre el preservativo, el SIDA y la Iglesia Católica

Se escucha con frecuencia en diferentes ambientes, especialmente en los medios de comunicación – que de inocentes e imparciales no tienen ni un pelo –, la siguiente afirmación: “La postura de la Iglesia frente al preservativo es irresponsable porque es un obstáculo en la lucha que contra el SIDA se está llevando a cabo desde diversas instituciones a nivel mundial”

La agencia ZENIT.org analizó hace unos días en el artículo titulado “El talón de Aquiles del preservativo” esta problemática.

El sofisma, que el pensamiento único ha lanzado a la sociedad con el artero fin de dañar a la Iglesia – lo cual es mucho más prioritario para sus promotores que la propia pandemia -, es más o menos este: El preservativo es el medio más eficaz en la lucha contra el SIDA, la Iglesia Católica está en contra del uso del preservativo; ergo, la Iglesia es un impedimento en la lucha contra el SIDA.

Esto es falso. Un silogismo lo es cuando una de sus proposiciones está equivocada y en consecuencia, la conclusión es errónea. Pero en este caso, las dos proposiciones previas son mentiras flagrantes.

Empezaremos analizando la segunda. Decir que la Iglesia Católica se opone al uso del preservativo es, cuando nos referimos al contexto de la prevención al SIDA, una verdad a medias – que es la peor de las mentiras porque logra más fácilmente su propósito de engañar – ya que la Iglesia no solo está, efectivamente, en contra del uso del preservativo sino que presenta una solución alternativa contra la enfermedad. Esta propuesta de la Iglesia se basa en la fidelidad conyugal y en la espera del acto sexual hasta el matrimonio que es su ámbito exclusivo y genuino. Esta es la forma más eficaz de combatir la enfermedad. Por tanto, concluimos, que también la primera proposición es falsa, porque ni el preservativo es la panacea contra el SIDA, tal y como se da a entender cada vez que se habla de él (véase como en informes de institutos claramente inclinados al uso del condón, como el americano CDC, no pueden afirmar la garantía total de este sistema), ni tampoco es la más eficaz, porque la solución que nos propone la Iglesia, aunque no nos guste oírlo, es más eficaz que el preservativo. Lo lamento mucho, pero es más eficaz, lo repito.

Se podrá objetar que es muy duro que en la cultura actual se asegure la fidelidad al vínculo matrimonial y mucho más difícil que los jóvenes esperen a casarse para comenzar su vida sexual. Consecuentemente la solución católica sería cándidamente utópica. Pero tampoco esto es defendible. Para empezar porque hay mucha gente que vive fiel al magisterio de la Iglesia y es muy feliz. Por otro lado, hay otra mucha gente que, de contar con la adecuada ayuda del ambiente y la opinión dominante, podría hacerlo aunque de forma imperfecta y progresiva. Así, según creciera la cantidad y la calidad de los que ajustaran su vida sexual a la moral católica se irían reduciendo progresivamente los temibles efectos de la enfermedad. Por último, tampoco en los casos de los que obstinadamente no quieren aceptar la postura de la Iglesia se da una negligencia, por parte de esta, contra la enfermedad. Porque yo me pregunto: quien no obedece a la Iglesia en la fidelidad y la castidad la va obedecer, acaso, en no usar el condón. Se imaginan ustedes un señor que se va de fulanas y le dice a la meretriz que no puede ponerse la gomita porque se lo prohíbe su confesor o un joven que tras una noche de juerga le dice a su novia que no se lo pone porque qué van a pensar sus catequistas. Ridículo, ¿verdad?. También esto es falso.

Finalmente, y más importante, está el argumento ético. No se puede utilizar un medio malo en sí para lograr un buen fin. El preservativo es contrario a la dignidad de la persona porque desvirtúa el sentido propio de la sexualidad que es la donación. Admitir, condicionados por grandes males que nos acucian, el uso de medios ilegítimos nos podría llevar a crímenes horrorosos. Traslademos si no estas razones al terreno del terrosismo, la violencia, los robos, etc.

En consecuencia la Iglesia no solo no es un estorbo para luchar contra el SIDA sino que es el agente más importante para conseguirlo. Que esta enfermedad se haya convertido en una pandemia es el resultado de la promiscuidad reinante y no aceptar esta verdad tan obvia es debido al dogmatismo progresista que nos asfixia.

Por supuesto, que los manipuladores que están propugnando el nuevo orden mundial saben muy bien todo esto. Pero ellos son conscientes de que el mayor impedimento que tienen para sus funestos planes es la Iglesia Católica porque cuenta con una fuerza invencible, con la que no han podido ninguno de los imperios ni los totalitarismos que han existido, que es la fuerza de la fe. El ínclito Antonio Gamsci ya percibió esta realidad y desarrolló una metodología para salvar este escollo basada en no derrumbar la Iglesia sino conquistarla. En esto es en lo que estamos, pero ahora no desde el marxismo, sino desde otra ideología totalitaria que aboga por el relativismo, el hedonismo y la cultura de la muerte como sus señas de identidad y que conforman lo que llamamos el pensamiento único.

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